lunes

La perspectiva del receptor
Jorge Rasner

Resumen: Es necesario plantear estrategias eficaces para promover la
divulgación de conocimiento científico-tecnológico para atraer el interés del
gran público. Desde la perspectiva que se expondrá, propondré que la
divulgación debe evitar recurrir a la espectacularización de la “noticia”
científico-tecnológica y fortalecer, en cambio, una orientación que apunte a la
alfabetización que promueva una cultura científico-tecnológica de masas. Para
ello se debe tender a que el público reciba una información integral de los
procesos productivos de conocimiento desde un contexto que tenga en cuenta
los móviles y expectativas de todos los agentes involucrados.
Propongo, en primer lugar, reservar el concepto difundir (extender, esparcir,
propagar) para denotar la tarea de hacer público el resultado de las
investigaciones científico-tecnológicas que los especialistas dirigen a sus
pares; es decir, a otros especialistas de su mismo campo y especialidad y que,
por tanto, comparten con el difusor similares códigos lingüísticos y ontológicos.
Precisamente, al especificar que se comparten similares códigos no sólo aludo
a la mera posesión de una jerga en común, sino a una matriz disciplinar
compartida, lo que implica formaciones profesionales normalizadas y
aproximadamente equivalentes, objetivos y problemáticas comunes, una
ontología compartida y modelos de abordaje de la realidad regulados y
definidos por esa ontología (Kuhn,1980).
Por tanto, entre pares esta familiaridad de propósitos facilita enormemente la
exigencia de comunicabilidad de resultados y la comprensión y la discusión de
sus contenidos, ya que se dan por sobreentendidos ciertos supuestos y
fundamentos. En cambio, la dificulta o la torna directamente imposible para
aquellos que no pertenecen a esa comunidad disciplinar, y en consecuencia no
comparten, parcial o totalmente, sus códigos.
La difusión así entendida, restringida al perímetro definido por ese campo
disciplinar, y debido a ello tan efectiva como exitosa, es de esencial importancia
para la evolución de los campos disciplinares. En efecto, tal restricción favorece
la clausura del campo, y esta clausura es la que permite operar eficazmente sin
tener que revisar y reformular una y otra vez los principios que fundamentan la
matriz disciplinar. La comunicabilidad de los productos al interior de esta matriz
disciplinar suele verificarse, en la actualidad, a través de publicaciones
especializadas (sobre cualquier tipo de soporte), conferencias, seminarios,
congresos, comunicaciones personales, etc., donde la comunicación asume
tanto un carácter vertical y jerárquico (relación docente-discípulo), como
horizontal (entre pares, pese a las asimetrías). Ambas modalidades no sólo
favorecen sino incluso propician y hasta reclaman un tránsito y circulación de
información fluidos entre pares.


Propongo, en segundo lugar, reservar el concepto divulgación (propagar,
poner información al alcance del público) para aludir a toda aquella información
de carácter científico-tecnológico que se pretende comunicar a un público
amplio y heterogéneo de no especialistas.
Partiendo de estas caracterizaciones, tenemos que por su propio carácter, la
difusión se integra y atraviesa estructuralmente el proceso mismo de
producción de conocimiento científico-tecnológico; entendiendo por tal el
desarrollo completo de un proceso que comienza con la visualización de
problemáticas o cuestiones pendientes, continúa con la formulación de
hipótesis en el marco del denominado “contexto de descubrimiento” (ideación
de soluciones para problemas determinados) que apuntan a dar razón de lo
problemático, y concluye con el riguroso proceso de análisis y discusión
empleado para someter a control experimental las hipótesis en el marco del
denominado “contexto de justificación”.
La divulgación, en cambio, sólo podrá acaecer con posterioridad a la
difusión, una vez que el descubrimiento, sancionado ya como hecho científico
e integrado al cuerpo de conocimientos, ha cumplido con las etapas de
necesaria circulación y legitimación al interior del campo disciplinar. Desde ese
momento el hecho científico podrá pasar, eventualmente, a constituirse en
noticia a divulgar, y la información será para ello traducida desde la jerga
disciplinar al habla cotidiana.
Desde esta perspectiva cabe preguntarse entonces si juega algún papel la
divulgación en el proceso de producción de conocimiento. En otras palabras,
¿qué beneficio –sea lo que sea que se entienda por tal- proporcionará al
científico o al académico que un público muy amplio y heterogéneo esté al
tanto de lo que sucede al interior de campos científicos autonómicos, incluidos
aquellos más próximos al ciudadano corriente y que se presume están
estrechamente relacionados con la calidad de vida de ese “gran público”?
Podemos incluso adelantar que curricularmente hablando el beneficio será
escaso. No obstante esta realidad, una respuesta podría ser que la divulgación
proveerá al campo científico-tecnológico el anclaje social imprescindible para
su sustentablidad y continuidad.
Propondré más adelante que sólo si entendemos la divulgación en el marco de
un proyecto de alfabetización científica, imprescindible para generar una cultura
científico-tecnológica de masas que auspicie su desarrollo, será capaz de
conseguirse ese anclaje.
Es notorio que desde mediados del siglo XX ha cobrado singular importancia y
empuje la idea de que el conocimiento científico-tecnológico debe ser
divulgado entre el gran público. Ahora bien, frente a esta demanda en pro de la
divulgación creo que se impone, al menos, la exigencia de formularnos algunas
preguntas: ¿por qué tanto el proceso de producción de conocimiento científicotecnológico
como sus productos, deben ser divulgados? ¿Se lo percibe como
una necesidad –en alguno de sus múltiples sentidos- o apenas una extensión o
apéndice de la ideología cientificista que ha imperado a lo largo de la
modernidad? ¿Acaso este impulso revela la exigencia de enfatizar las
bondades de la ciencia y la tecnología, a menudo olvidadas por un público más
proclive a impactarse por “los monstruos del Dr. Frankenstein”?
Escojo una respuesta a esta inquietud que nos proporciona Fayard: “Un amplio
consenso reina hoy a la hora de reconocer la importancia de contar con un vasto
apartado de cultura científico y técnica. No sólo constituye un factor de desarrollo
económico, sino que también es un ingrediente esencial de la democracia. En teoría, los
individuos que disponen de mayores conocimientos son los actores sociales más
imaginativos y productivos. Los ciudadanos cultivados y advertidos no se dejarán
engatusar por futuros encantadores envueltos en tal o cual opción tecnológica. La
democracia es un proceso continuo, no un estado de hecho, establecido
definitivamente.” (Fayard, 1991: 27)
Más allá de la opinión que nos merezca la anterior afirmación, compartible en
general, especialmente con el espíritu que la anima, resulta llamativo observar
cómo esta postura en particular, así como la mayoría de la literatura referida a
la necesidad de generar estrategias de divulgación de conocimiento científicotecnológico,
dan por supuesto, y prácticamente no discuten, dos circunstancias
de singular importancia que me gustaría analizar:
a) en primer lugar, el ya mencionado supuesto de que el conocimiento
científico-tecnológico debe ser divulgado a como dé lugar. A raíz de lo cual, y
en muchos casos sin mayor explicación, se da por sobreentendido el poder
benefactor y/o emancipador (tanto desde el punto de vista del desarrollo
individual como del colectivo) que lleva implícita su divulgación. Armados con
esta convicción, poco más se precisa para concluir en la necesidad de su
propagación. A partir de este sobreentendido las discusiones rápidamente
pasan a girar en torno a cómo o dónde o con qué frecuencia o profundidad
debe efectuarse esa divulgación y de qué manera hacerle entender a los
propietarios de los medios de comunicación (aparentemente menos
convencidos o entusiastas) que la divulgación de conocimientos científicotecnológicos
es un buen negocio y no una pieza ornamental o de relleno para
cuando falla la nota de actualidad o “bajan” las necrológicas.
b) en segundo lugar, la constatación de la falta de una reflexión a mi juicio
imprescindible pero que aparentemente no incomoda mayormente a quienes
desarrollan literatura especializada en esta materia: ¿querrá el gran público ser
objeto de divulgación? Y en caso de una respuesta afirmativa, que por cierto no
va de suyo, ¿por qué y con qué propósito?
Considero que cuando menos no resultará eficaz divulgar una cultura científicotecnológica
sin antes formularse esta pregunta, dando por descontado que hay
un público y ese público habrá gustosamente de recepcionarla sin mayor
cuestionamiento una vez que se dé en el clavo con el modo y el medio. Por el
contrario, debe asumirse que se trata de cambiar una cultura científicotecnológica
previa, lo que incluye, desde luego, también la indiferencia o el
repudio por cualquier cosa que huela a ciencia y tecnología y a lo que a ellas
viene asociado o connotado, consciente e inconscientemente. Y esto, desde
luego, resulta enormemente problemático, ya que el choque con estas
creencias y convicciones sólidamente establecidas e inercias incorporadas no
se evita adornando la presentación. Por tanto, entre el emisor y el receptor no
media sólo un canal con sus “ruidos técnicos” de fondo, sino también una
distancia a menudo erizada de obstáculos, pre-juicios y malentendidos que no
habrán de solucionarse sino incluso agudizarse si se insiste en dar al problema
un encare meramente instrumental.
Vale decir, se cometería un gran error si se da por supuesto que la ciencia y la
tecnología le importan a todo el mundo, y aún más si se supone que le
importan de la misma manera que al científico o al divulgador. Tampoco basta
con que se haya proclamado con antelación su relevancia y se orqueste una
campaña en ese sentido. Estimo que de ser así de poco servirá que esté
expresada en lenguaje “popular”, sencillo y comprensible, o que se la haya
montado para su exhibición en una escenografía seductora, rodeada de todos
los efectos que caracterizan a las presentaciones de los medios de
comunicación de masas hoy día.
Sostengo, en cambio, que para que esa información resulte eficaz -es decir,
genere interés- deber ser antes que nada sentida como relevante por aquellos
a quienes va dirigida, aunque este sentimiento no coincida con el del científico
o el del divulgador.
Pongamos como ejemplo para ilustrar lo anterior un caso ordinario: ¿Cuál será
la importancia que un empleado que trabaja doce horas al día, y emplea otras
dos, entre idas y vueltas, para trasladarse de su casa a los trabajos, puede
otorgarle a los descubrimientos astronómicos realizados gracias a las
imágenes que envía el telescopio espacial Hubble, o siquiera deleitarse con
esas estupendas imágenes? Y aún más, ¿en qué medida sentirá que esa
información constituirá algo decisivo en su vida cotidiana? ¿La modificará o le
reportará algún beneficio inmediato? Las eventuales preguntas de este
hipotético ciudadano no son extraordinarias, presumo que todos nos las
hacemos cuando alguien pretende comunicarnos algo que no nos interesa
especialmente o no está en nuestro horizonte de preocupaciones inmediatas.
Por tanto, ¿qué significa que una información resulte relevante –sentida como
tal- para todos aquellos que, pese a su heterogeneidad (de clase, formación,
etc.), colocamos en la categoría de gran público? La respuesta involucra
muchísimos aspectos que trascienden el ámbito propio de la divulgación
mediática, tanto en su faz operativa como en su faz de indagación, pero si se
pretende comenzar a elaborar una estrategia eficaz creo que ante todo
debemos apuntar a conocer al eventual receptor antes de –insisto- pasar al
terreno donde la preocupación fundamental (dando ya por laudada la
importancia que la ciencia y la tecnología revisten para todo el mundo y/o su
indudable impacto comercial –curiosa aseveración de pobre fundamento)
parece enfocarse exclusivamente en la instrumentación de procedimientos de
divulgación científico-tecnológica que la hagan “menos aburrida”, más parecida
a los productos de la industria del entretenimiento, a efectos de que llegue al
mayor número posible.
No hace falta añadir que, desde este esquema, es notoria la discordancia entre
los objetivos planteados, las convicciones de las que se parte y la realidad que
ha de tenerse en cuenta para llevarla a cabo.
Sostengo, por tanto, que debemos empezar a pensar en la divulgación (me
refiero fundamentalmente a la efectuada desde los medios, pero sin dejar de
lado la museística) como parte integrante -sin duda una parte de enorme
importancia- de un proyecto que necesariamente deberá tener una mayor
envergadura y deberá apuntar a desarrollar una cultura científica y
tecnológica de masas.
Esto es, considero que si bien la divulgación de conocimientos científicostecnológicos,
tal como se la ha venido considerando hasta aquí, constituye una
parte absolutamente necesaria, resulta en modo alguno suficiente, y requiere
del complemento de una empresa educativa de mucho mayor aliento que
propenda a una verdadera alfabetización científica.
Por otra parte, lo que entiendo por alfabetización científica, al menos la
porción de la misma que es posible llevar a cabo desde los medios masivos de
comunicación, apunta a explicar más que a mostrar y debe, como se ha dicho
anteriormente, comenzar por plantear al “gran público”, y aun antes plantearse
a sí misma, no sólo los resultados de la investigación, sino por qué y para qué
se entiende que es preciso divulgarla. E incluso ir más atrás y preguntar y
preguntarse para qué y por qué ciencia y tecnología.
Esto es, es preciso remontarse más allá de las causas y de las pre-nociones
que señalan demasiado claramente en una dirección y “naturalizan”
circunstancias, para poner de manifiesto la multiplicidad de factores que están
a la base un acontecimiento. En efecto, la cultura científico-tecnológica, tal
como la conocemos, no es un hecho “natural”, sino un producto histórico que
obedece a una determinada evolución política y cultural y se ajusta a los
patrones y expectativas que esa cultura desarrolló en el contexto de un modo
de producción. ¿Acaso esta circunstancia no necesita ser explicada para
entender la eficacia que tanto la ciencia como la tecnología pregonan –y sin
duda han demostrado tener- para operar en ciertos campos? ¿Y por qué será
más eficaz en unos que en otros? ¿Será su eficacia, tanto en su papel de
productora de saber como de soluciones técnicas, independiente de la
necesidad, del contexto o de los objetivos que se plantea cualquier individuo en
cualquier comunidad y en cualquier circunstancia? ¿Hay que aceptarla, aunque
venga en paquetes etiquetados tómela-o-déjela, cualesquiera sean los
contextos de aplicación?
Sólo al cabo de incitar a reflexiones colectivas de este tenor, estimo, el público
de no especialistas, el “gran público” -todos nosotros, en definitiva- quizá
empiece a sentir que el suyo no es el lugar del mero espectador o usuario de
los resultados de los procesos de producción de conocimientos, sino el de
partícipe en las condicionantes del proceso mismo.
Por ejemplo, estar al menos informado acerca de quiénes deciden qué
proyectos emprender y cuáles desechar y por qué, cómo y por qué se llega a
determinar objetivos, cómo se desarrolla el proceso y por qué, cómo se
organiza la comunidad de científicos para producir y para validar sus productos
antes de sentenciar que algo está “científicamente comprobado” o “que no hay
elementos científicos para afirmar tal o cual cosa”, qué significa que se ha
tenido éxito o que se ha fracasado en el intento, aspecto que no recoge mayor
eco periodístico, pero que, sin embargo, desde un punto de vista educativo es
de igual o mayor importancia, incluso, que el éxito. En otras palabras, que el
“público en general” posea instrumentos de reflexión para actuar sobre lo
producido por la comunidad científico-tecnológica.
Finalmente, considero que la mejor manera de comenzar un proceso de
información científico-tecnológica será pugnar para que la divulgación insista, a
través de todos los medios técnicos y estilísticos a su alcance, en señalar a
divulgadores y a quienes aspiran a serlo que el contexto en el que se produce o
diseña un producto científico-tecnológico (y el por qué se lo hace y qué lugar
ocupa ese proyecto dentro de un programa de investigación frecuentemente
mucho más amplio, e incluso interdisciplinar) debe constituirse en el principal
objetivo a elucidar ante el gran público; condición necesaria para que,
eventualmente, el producto final pueda ser comprendido y aprendido. En suma
y si se me permite la metáfora: apuntar a revelar las peripecias inseguras del
trabajo científico, develando así el desarrollo de la intriga entre bastidores,
antes de llevar a escena los desenlaces.
Bibliografía
_ FAYARD, Pierre (1991): “Divulgación y pensamiento estratégico”, Arbor,
CXL, 551-552, noviembre-diciembre, pp. 27-36.
_ KUHN, Thomas (1980): La estructura de las revoluciones científicas,
México, FCE, 4ª reimpresión.

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