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La publicación del conocimiento científico-tecnológico: apuntes para su contextualización
Jorge Rasner
Universidad de la República



Resumen
La publicación de conocimientos científico-tecnológicos está estructuralmente integrada al propio proceso de su producción. Propongo distinguir entre difusión de conocimiento (de los especialistas a sus pares) y divulgación de conocimiento (de los especialistas a un público amplio de no especialistas). Si la primera modalidad forma parte del quehacer científico-tecnológico desde su comienzo, la segunda constituye un desafío y un objetivo de propósitos y resultados siempre inciertos. Estimo que así como es necesaria la divulgación de conocimiento, no lo es menos replantearse qué implica divulgar, para qué y a quienes potencialmente debe ir dirigida esta divulgación si se pretende que ésta apunte a una alfabetización científica. Se debe formular entonces el problema en un contexto que tenga en cuenta a todos los agentes involucrados, desde el emisor hasta un indiferenciado público receptor con frecuencia olvidado a la hora del diseño de estrategias de divulgación.

Abstract
The publication of scientific-technological knowledge is structuraly integrated at its production process. I suggest to distinguish between knowledge spreading (from specialists to their peers) and knowledge disclosing (from specialists to a wide public of non specialists). If the first modality takes part in the scientific-technological task from its beginning, the second represents a challenge and an objective of uncertain intentions and results. I agree that is necessary the diclosing of the knowledge, but it is more important to reconsider what involve to disclose, what for, and who are the potential receivers, if we want this disclosure to point to teach what science and technology are. So, the problem must be formulated in a context that accounts all the agents envolved, either the information emitter, either the undifferentiate recievers, whose interests and needs are frecuently forgotten when the disclosing strategies are designed.

Palabras clave
Conocimiento científico-tecnológico, difusión, divulgación, alfabetización científica









1
Hacer públicos los resultados de la investigación científico-tecnológica es el objetivo de cualquier proyecto de divulgación. Son más escasos los proyectos que combinan lo anterior con una adecuada publicación de los procesos que concluyen en esos resultados. En lo que sigue habré de proponer que una política de divulgación científico-tecnológica eficaz debe enfatizar la publicación de los procesos de producción científico-tecnológica antes que los propios resultados de esa investigación, por impactantes o conmovedores que éstos sean.
Según el diccionario de la Real Academia Española, publicar significa: “hacer notorio o patente, por televisión, radio, periódicos u otros medios, algo que se quiere hacer llegar a noticia de todos”. Me ocuparé en lo que sigue de discutir algunos aspectos vinculados a la publicación de conocimiento científico-tecnológico.
Propongo en primera instancia considerar que hacer público el conocimiento científico-tecnológico equivale a difundirlo o divulgarlo, aunque ambos términos no constituyan propiamente sinónimos. Más adelante haré una distinción entre difundir y divulgar referida a la publicación de conocimientos científico-tecnológicos, pero de momento los consideraré aproximadamente similares. En este sentido, la difusión del conocimiento científico-tecnológico es virtualmente contemporánea al largo proceso de consolidación institucional de la propia ciencia moderna. Siguiendo a William Dick:
“Los primeros periódicos científicos vieron la luz en el siglo XVII, poco después de la fundación de las primeras sociedades de sabios”[1]. (DICK, 1954: 153)

Tenemos pues que The Philosophical Transactions, publicación periódica entera y exclusivamente dedicada a difundir los resultados de experimentos, inventos e investigaciones, aparece en 1665 como órgano de difusión extraoficial de The Royal Society, apenas tres años después de su fundación, para pasar posteriormente, durante 1753, a constituirse definitivamente en su órgano de difusión oficial. Este periódico, paradigma de las revistas de difusión y por tanto representativo de los periódicos científicos de la época, deviene rápidamente “una publicación muy útil, que permite consignar y preservar numerosas experiencias que, sin ser lo suficientemente importantes para ser objeto de una obra, se habrían, en su ausencia, perdido”, citado por Dick en (DICK, 1954: 154).

Hubo otros medios, tal como consigna Dick en la obra citada, incluso anteriores a la aparición de The Philosophical Transactions, que publicaban regularmente noticias provenientes de los ámbitos científicos o tecnológicos sin estar por entero dedicadas a ello. A tal efecto combinaban información científica con otras noticias, generalmente literarias o provenientes del mundo artístico y filosófico de la época. Tal es el caso, por ejemplo, de la Gazette de France, fundada en 1631 y del Journal de sçavans en 1665. En este sentido cabe acotar que en estos tiempos inaugurales de la producción de conocimiento científico-tecnológico, tanto la difusión de informes científicos revestidos de toda legitimidad, extendida por la propia comunidad de investigadores, como la divulgación de los mismos para un público interesado y aun la popularización sensacionalista que apuntaba no ya a personas interesadas sino meramente a curiosos convivían frecuentemente en un mismo medio, incluso en obras de carácter científico
Así, por ejemplo, podemos leer la siguiente información en Bachelard:
“Un erudito de gran paciencia, Claude Comiers, comienza con estas palabras su obra sobre los Cometas, obra frecuentemente citada en el transcurso del siglo XVII: ‘Puesto que en la Corte se ha debatido con calor si el Cometa era macho o hembra, y que un mariscal de Francia, para dar término al diferendo de los Doctos, dictaminó que era necesario levantar la cola de esa estrella para saber si debía tratársela de el o la...’. Sin duda un sabio moderno no citaría la opinión de un mariscal de Francia.”
A continuación Bachelard referencia al pie de página la obra de Comiers, su extenso título habla por sí solo:
“ Claude Comiers: La Nature et présage des Cometes. Ouvrage mathématique, physique, chimique, et historique, enrichi des prophéties des derniers siècles, et de la fabrique des grandes lunettes, Lyon, 1665.” (BACHELARD, 2000: 31)

Conforme se afianza el proyecto científico-tecnológico y asume marcada preponderancia en el contexto social como único productor legitimado de conocimientos, la cantidad y calidad de medios a través de los cuales se hace público el conocimiento científico-tecnológico se va ampliando y diversificando, y de esta forma va cobrando forma la primera gran bifurcación:
· Por un lado la progresiva proliferación, diversificación y especialización de medios dedicados a difundir lo que se hace al interior de campos disciplinares específicos (círculo de difusión esotérico), cuyos informes están destinados casi exclusivamente a ser conocidos y comprendidos por otros especialistas del mismo campo. A través de estos medios se posibilita la generación o preservación de vínculos de mutua interacción.
· Por otro, se continúa y se extiende la práctica de divulgación de informaciones y noticias provenientes de los ámbitos científicos y tecnológicos a través de órganos no especializados y dirigidos a un público de no especialistas, con una presentación propia para no especialistas, aunque sí informado y –añadiría- previamente seducido por sus encantos o promesas (círculo de divulgación exotérico)[2].
· Por último, y fundamentalmente desde la segunda mitad siglo XIX, etapa de un marcado y sostenido fortalecimiento político e institucional de la práctica científico-tecnológica, va ganando progresivamente espacios (centímetros o minutos de programación) la popularización de ciertas noticias científicas y tecnológicas a través de algunos órganos de comunicación masiva: prensa escrita, suplementos y publicaciones periódicas, en primera instancia; y luego, desde la irrupción de los medios audiovisuales y en este orden cronológico: a través de la radio, el cine, la televisión y los medios electrónicos digitales.

Durante el siglo XX, tanto la difusión como la divulgación y la popularización (volveré más adelante sobre cada uno de estos conceptos y los definiré y diferenciaré adecuadamente) del conocimiento científico-tecnológico va progresivamente ganando espacios, todavía secundarios aunque progresivamente mayores, en el ámbito de las comunicaciones[3]. Lo cual indica, a mi entender, que la práctica de publicar, a diferentes niveles, los conocimientos adquiridos constituye una necesidad del propio proceso de su producción, más que una actividad complementaria o suplementaria; y estimo que esto es así porque los científicos fueron los primeros en comprender (acaso de manera vaga) que la investigación científico-tecnológica, en tanto acto creativo, abarca mucho más que lo que puede verse del trabajo de científicos y tecnólogos actuando en sus gabinetes o laboratorios, ya que ésta comprende y necesita de manera imprescindible el anclaje de esa actividad en un contexto social complaciente o al menos tolerante con esa actividad.

Es preciso detenerse precisamente en la comunicación del saber como parte del propio proceso de producción de saber, circunstancia que sin duda distingue a la era moderna de otras anteriores, haciendo excepción quizá del ágora de la polis ateniense. Y esto acontece a raíz de la estructura misma en la que se inscribe este proceso, aun desde los primeros pasos que da la indagación científica, en los albores de la Modernidad. En efecto, la publicación se torna el eslabón vinculante, dado que el intercambio de información constituye un insumo imprescindible para el propio proceso de producción de conocimientos, que será siempre colectivo, fruto de una acumulación acaso infinitesimal de aportes (incluyendo errores, disparates y vías truncas), aunque al cabo los merecimientos termine por recibirlos sólo uno o un pequeño grupo de investigadores. Los primeros grandes científicos de la modernidad no ignoraron esto y fueron los primeros en reconocer y agradecer que los gigantes les prestaran hombros.

De este modo, el conocimiento durante el período Moderno, al contrario de lo que acaecía con la producción de saber, por ejemplo, durante la edad Media, estará necesariamente sometido a la consideración pública en todo momento y del modo más amplio posible. Con el término consideración me refiero a la obligatoriedad de que todo experimento y todo informe científico, elaborado como explicación hipotética -y por tanto de carácter tentativo- sobre algún aspecto específico referido a la naturaleza o la sociedad, deba ser no sólo conocido por un grupo selecto de especialistas, sino incluso publicado a efectos de que sea sometido al más amplio y riguroso análisis, critica, valoración y posterior sanción por parte del colectivo de individuos especializados o simplemente interesados en la temática en cuestión[4]. Y la aceptación o rechazo –siempre provisorios- de las hipótesis no se realizará en virtud de ninguna autoridad que esté por encima de aquella que emana de la decisión que toma ese colectivo actuando en conjunto y en permanente interacción[5].

No es por tanto siquiera concebible, en el marco de la ciencia moderna, un saber confinado a un individuo o a un reducido grupo de individuos. Ese saber no sólo despertaría enormes sospechas, sino que, al no formar parte integrada al cuerpo de conocimientos existentes, y por tanto no mantener o no haber demostrado mantener una coherencia con el sistema de saberes y creencias ya adquiridos y de relativo dominio público, no sería tenido en cuenta, más allá de sus promesas o pretendidas realizaciones, o lo será a hurtadillas y casi clandestinamente.
En consecuencia: la producción de conocimientos científico-tecnológicos implica hacerlos públicos, por antonomasia.



2
Con anterioridad se han introducido, sin mayor explicitación, ciertas distinciones que atañen a los conceptos de difusión, divulgación y popularización de conocimientos científico-tecnológicos. Corresponde efectuar ahora las precisiones que contribuyan a caracterizarlos adecuadamente.

Propongo, en primer lugar, reservar el concepto difundir (extender, esparcir, propagar) para denotar la tarea de hacer público el contenido de las investigaciones que unos especialistas dirigen a sus pares, es decir, a otros especialistas de su mismo campo y especialidad y que, por tanto, comparten con el difusor similares códigos lingüísticos. Cuando especifico que comparten similares códigos lingüísticos no sólo aludo a la posesión de una jerga en común sino a una matriz disciplinar compartida, lo que implica formaciones profesionales aproximadamente equivalentes, objetivos y problemáticas comunes, una ontología compartida y modelos de abordaje de la realidad normalizados y definidos por esa ontología.[6]

Esta familiaridad de propósitos facilita enormemente la comunicabilidad, la comprensión y la discusión de los contenidos –ya que se dan por sobreentendidos ciertos supuestos y fundamentos- entre pares. En cambio, la dificulta o la torna directamente imposible para aquellos que no pertenecen a esa comunidad disciplinar, y en consecuencia no comparten, parcial o totalmente, sus códigos.
La difusión así entendida, restringida al perímetro definido por ese campo disciplinar, y debido ello tan efectiva como exitosa, es de esencial importancia para la evolución de los campos disciplinares. En efecto, tal restricción favorece la clausura del campo, y esta clausura es la que permite operar eficazmente sin tener que reformular una y otra vez los principios que fundamentan la matriz disciplinar. La comunicabilidad de los productos al interior de esta matriz disciplinar suele verificarse, en la actualidad, a través de publicaciones especializadas (sobre cualquier tipo de soporte), conferencias, seminarios, congresos, comunicaciones personales, etc. donde la comunicación asume tanto un carácter vertical y jerárquico (relación docente-discípulo, por ejemplo), como horizontal, modalidad que no sólo favorece sino que incluso propicia y hasta reclama el tránsito y la circulación de información entre pares.

Propongo, en segundo lugar, reservar el concepto divulgación (propagar, poner información al alcance del público) para denotar toda aquella información de carácter científico-tecnológico que se pretende comunicar a un público amplio y heterogéneo de no especialistas.

Partiendo de estas caracterizaciones, tenemos que por su propio carácter, la difusión se integra y atraviesa estructuralmente el proceso mismo de producción de conocimiento científico-tecnológico; entendiendo por tal el desarrollo completo de un proceso que va desde la visualización de problemáticas o cuestiones pendientes, la formulación de hipótesis en el marco del denominado “contexto de descubrimiento” (invención e ideación de soluciones para problemas determinados) que apuntan a dar razón de estas cuestiones, hasta el riguroso proceso de análisis y discusión empleado para someter a control experimental estas hipótesis o los artefactos tecnológicos en el marco del denominado “contexto de validación o justificación”.
La divulgación, en cambio, sólo podrá acaecer con posterioridad a la difusión, una vez que el descubrimiento, sancionado ya como hecho científico e integrado al cuerpo de conocimientos, ha cumplido con las etapas de necesaria circulación al interior del campo disciplinar. Desde ese momento el hecho científico pasará eventualmente a constituirse en noticia a divulgar y la información será para ello traducida desde la jerga disciplinar al habla cotidiana.

Desde esta perspectiva cabe preguntarse entonces qué papel juega la divulgación en el proceso de producción de conocimiento. En otras palabras, ¿qué beneficio –sea lo que sea que esto signifique-proporcionará al científico o al académico que un público muy amplio y heterogéneo esté al tanto de lo que sucede al interior de campos científicos autonómicos, incluso de aquellos más próximos al ciudadano común y corriente y que se presume están estrechamente relacionados con la calidad de vida de ese “gran público”?
¿Acaso la divulgación proveerá ese necesario anclaje en el contexto social? Y de ser así, ¿cómo?
Propondré más adelante que sólo si entendemos la divulgación en el marco de un proyecto de alfabetización científica, imprescindible para generar una cultura científica-tecnológica de masas, será capaz de conseguir ese anclaje.

Pero antes discutiré algunas de las respuestas que se han elaborado intentando dar cuenta de por qué y para qué divulgar. En ese sentido el espectro ha sido amplio y se ha concebido a la tarea de muy diferentes maneras. En efecto, hallamos que se ha visto esta tarea como ornamento que corona una fecunda y laureada labor; como devolución de una hipotética deuda contraída con la sociedad o con alguna de sus Instituciones; como compromiso ético o político contraído con las masas o el público; como mero subproducto del trabajo de investigación; como un instrumento para generar o afianzar su legitimidad social; como vehículo de emancipación ciudadana, etc. La lista de hecho continúa y queda claro que no sólo no ha habido acuerdo al respecto, sino que de este desacuerdo deriva la gran heterogeneidad de abordajes que se han implementado, ya que de la concepción de divulgación que asumamos derivará la manera de entender y proponer la tarea de divulgar.
Por tanto, estimo que es imprescindible definir por qué y para qué divulgar antes de pasar a discutir diseños de estrategias, basándose únicamente en procedimientos de carácter instrumental que eludan esta primera y necesaria definición.


3
Es notorio que desde mediados del siglo XX ha cobrado singular importancia y empuje la idea de que el conocimiento científico-tecnológico debe ser divulgado entre el gran público. Es bueno, asimismo, tener presente que este movimiento en pro de la divulgación coincide precisamente con el fin de la segunda guerra mundial, momento en el cual se constata un salto cualitativo en lo que respecta a producción de conocimientos científico-tecnológicos, ya que durante la Guerra Fría ciencia y tecnología se tornan en instrumentos tanto estratégicos como ideológicos y se potencian aquellas áreas disciplinares a las que se denomina big science.
Ahora bien, frente a esta demanda en pro de la divulgación creo que se impone, al menos, la exigencia de formularnos algunas preguntas: ¿por qué tanto el proceso de producción de conocimiento científico-tecnológico como sus productos, deben ser divulgados? ¿Se lo percibe como una necesidad –en alguno de sus múltiples sentidos- o apenas una extensión o apéndice de la ideología cientificista que ha imperado a lo largo de la modernidad? ¿Acaso este impulso revela la exigencia de enfatizar las bondades de la ciencia y la tecnología, a menudo olvidadas por un público más proclive a impactarse por “los monstruos del Dr. Frankenstein”?
De entre las variadas respuestas posibles escojo la que nos proporciona Fayard:
“Un amplio consenso reina hoy a la hora de reconocer la importancia de contar con un vasto apartado de cultura científico y técnica. No sólo constituye un factor de desarrollo económico, sino que también es un ingrediente esencial de la democracia. En teoría, los individuos que disponen de mayores conocimientos son los actores sociales más imaginativos y productivos. Los ciudadanos cultivados y advertidos no se dejarán engatusar por futuros encantadores envueltos en tal o cual opción tecnológica. La democracia es un proceso continuo, no un estado de hecho, establecido definitivamente.” (FAYARD, 1991: 27)

Independientemente de la opinión que nos merezca la anterior afirmación, y me apresuro a manifestar que en general hago acuerdo con el espíritu que la anima, resulta llamativo observar cómo esta postura en particular, así como la mayoría de la literatura referida a la necesidad de generar estrategias de divulgación de conocimiento científico-tecnológico, dan por supuesto, y prácticamente no discuten, dos circunstancias de singular importancia que me gustaría analizar:
a) en primer lugar, el ya mencionado supuesto de que el conocimiento científico-tecnológico debe ser divulgado a como dé lugar. A raíz de lo cual, y en muchos casos sin mayor explicación, se da por sobreentendido el poder benefactor y/o emancipador (tanto desde el punto de vista del desarrollo individual como del colectivo) que lleva implícita su divulgación. Armados con esta convicción, poco más se precisa para concluir en la necesidad de su propagación. A partir de este sobreentendido las discusiones rápidamente pasan a girar en torno a cómo o dónde o con qué frecuencia o profundidad debe efectuarse esa divulgación y de qué manera hacerle entender a los propietarios de los medios de comunicación (aparentemente menos convencidos o entusiastas) que la divulgación de conocimientos científico-tecnológicos es un buen negocio y no una pieza ornamental o de relleno para cuando falla la nota de actualidad o “bajan” las necrológicas.
b) en segundo lugar, la constatación de la falta de una reflexión a mi juicio imprescindible, y que aparentemente no incomoda mayormente a quienes desarrollan literatura especializada en esta materia: ¿querrá el gran público ser objeto de divulgación? Y en caso de una respuesta afirmativa, que por cierto no va de suyo, ¿por qué y con qué propósito?

En efecto, reitero que antes de analizar condiciones de carácter predominantemente instrumental, preocupadas por indagar qué, cómo y dónde divulgar, debería tenerse en cuenta, a efectos de diseñar primero y optimizar después los resultados de cualquier estrategia de divulgación, que los receptores que conforman esa masa heterogénea denominada “el público” suelen tener sus propias ideas y concepciones sobre la ciencia, la tecnología y el mundo en el que les ha tocado vivir, y que esas ideas y concepciones no necesariamente habrán de coincidir con aquellas esgrimidas por los que con tanto afán y no menor buena intención predican la divulgación.
Una contundente aseveración de Bachelard estimo servirá para ilustrar lo que acabo de señalar:
“Cuando se presenta ante la cultura científica, el espíritu jamás es joven. Hasta es muy viejo, pues tiene la edad de sus prejuicios. Tener acceso a la ciencia es rejuvenecer espiritualmente, es aceptar una mutación brusca que ha de contradecir a un pasado” (BACHELARD, 2000: 16)

No se tratará ya de divulgar una cultura científico-tecnológica entre un público que gustosamente habrá de recepcionarla sin mayor cuestionamiento una vez que se dé en el clavo con el modo y el medio, sino, muy frecuentemente, de cambiar una cultura científico-tecnológica previa, lo que incluye, desde luego, también la indiferencia o el repudio por cualquier cosa que huela a ciencia y tecnología y a lo que a ellas viene asociado o connotado, consciente e inconscientemente. Y esto, desde luego, resulta enormemente problemático, ya que el choque con estas creencias y convicciones sólidamente establecidas e inercias incorporadas no se evita adornando la presentación. Por tanto, entre el emisor y el receptor no media sólo un canal con sus “ruidos técnicos” de fondo, sino también una distancia a menudo erizada de obstáculos, pre-juicios y malentendidos que no habrán de solucionarse sino incluso agudizarse si se insiste en dar al problema un encare meramente instrumental.

Sería bueno tener presente lo que la experiencia señala una y otra vez, y que ya los primeros estudiosos de la comunicación supieron padecer en carne propia cuando constataron que el gran público no es un mero receptor pasivo de mensajes, una especie de masa manipulable que sirve de recipiente a cualquier propósito por el empleo del poder de los medios radiales y audiovisuales. Lejos de ello, suele responder a esos estímulos –en ocasiones muy poderosos- con interpretaciones propias y conductas inesperadas. Esto es, decodificará y significará los mensajes de acuerdo a su propia realidad y haciendo uso de instrumentos de análisis en parte heredados y en parte adquiridos en su proceso de socialización, y acabará por transformar el mensaje original en uno de uso propio y peculiar.[7]
Afortunadamente estos quebraderos de cabeza para comunicólogos han servido para constatar que una mentira o una verdad repetida mil veces, de no mediar otras circunstancias, no se convierte mecánicamente en creencia ni acto de fe; también que para vender un jabón en polvo no basta con poner a un tipo vestido con bata blanca caminando entre probetas, independientemente de la concepción de la ciencia y de la técnica que se haya formulado el o la receptora de esos mensajes publicitarios.
El siguiente ejemplo, extraído del diario de viaje de Charles Darwin, ilustra adecuadamente lo que acabo de expresar:
“Mis investigaciones geológicas provocaban gran asombro entre los chilenos, y pasó mucho tiempo hasta que se convencieron de que no me dedicaba a la localización de minas. En alguna ocasión tuvimos problemas y me pareció que la forma más expeditiva de explicarles mi cometido era preguntar a mí vez por qué no se interesaban ellos en terremotos y volcanes, por qué de unas fuentes salía agua fría y de otras caliente, y por qué había montañas en Chile y ni una en La Plata. Estas simples preguntas bastaron y silenciaron a la mayoría. Sin embargo, algunos (como muchos ingleses que viven todavía en el siglo pasado) creen que tales preguntas eran inútiles e impías, porque es suficiente saber que las montañas las ha hecho Dios” (DARWIN, 1972:172)

Estimo que las reflexiones anteriores invitan por lo menos a considerar a la divulgación de conocimientos científico-tecnológicos como un procedimiento complejo y sistémico; esto es, como una información que transcurre por agentes que, durante el proceso de transmisión, interactúan mutuamente y van modificando, adaptando y reinterpretando los contenidos de la información y la relevancia de la misma conforme evoluciona su derrotero, y conforme viejos, o en ocasiones nuevos, intereses o perspectivas sobre el asunto le añaden significaciones inesperadas.
Debe, a mi juicio, asumirse por parte de quienes trabajan tanto en el ámbito de la divulgación de conocimientos como por parte de quienes la toman como objeto de estudio en sí misma, que se enfrentan a una realidad pura y dura, esto es, la existencia de estos agentes diversos y dispersos interactuando biunívocamente en un proceso de emisión y recepción, con intereses a menudo encontrados o divergentes, lo que, para el caso, puede equivaler a que un mensaje cargado de información estratégica y, a juicio del emisor, de extrema importancia, encuentre un destinatario total y absolutamente desinteresado no sólo en esa información, sino incluso en ser objeto de divulgación científico-tecnológica e información estratégica, cuando en realidad –acaso contestará este hipotético receptor- uno se la pasa tan bien y con mucho menos esfuerzo viendo una reality show. Huelga abundar qué resultará de este tipo de encuentros.

Vale decir, se cometería un gran error si se da por supuesto que la ciencia y la tecnología le importan a todo el mundo, y aún más si se supone que le importan de la misma manera que al científico o al divulgador. Tampoco basta con que se haya proclamado con antelación su relevancia y se orqueste una campaña en ese sentido. Estimo que de ser así de poco servirá que esté expresada en lenguaje “popular”, sencillo y comprensible, o que se la haya montado para su exhibición en una escenografía seductora, rodeada de bloopers, gags y todas las luminarias y efectos que caracterizan a las presentaciones de los medios de comunicación de masas hoy día.
Sostengo, en cambio, que para que esa información resulte eficaz o interesante deber ser antes que nada sentida como relevante por aquellos a quienes va dirigida, aunque este sentimiento no coincida con el del científico o del divulgador.
Pongamos como ejemplo para ilustrar lo anterior un caso ordinario: ¿Cuál será la importancia que un empleado que trabaja doce horas al día, y emplea otras dos, entre idas y vueltas, para trasladarse de su casa a los trabajos, puede otorgarle a los descubrimientos astronómicos realizados gracias a las imágenes que envía el telescopio espacial Hubble, o siquiera deleitarse con esas estupendas imágenes? Y aún más, ¿en qué medida sentirá que esa información constituirá algo decisivo en su vida cotidiana? ¿La modificará o le reportará algún beneficio inmediato? Las eventuales preguntas de este hipotético ciudadano no son extraordinarias, presumo que todos nos las hacemos cuando alguien pretende comunicarnos algo que no nos interesa especialmente o no está en nuestro horizonte de preocupaciones.

Por tanto, ¿qué significa que una información resulte relevante –sentida como tal- para todos aquellos que, pese a su heterogeneidad (de clase, formación, etc.), colocamos en la categoría de gran público? La respuesta involucra muchísimos aspectos que estimo trascienden el ámbito propio de la divulgación, tanto en su faz operativa como en su faz de indagación, pero si se pretende comenzar a elaborar una estrategia eficaz creo que ante todo debemos apuntar a conocer al eventual receptor antes de –insisto- pasar al terreno donde la preocupación fundamental, dando ya por laudada la importancia que la ciencia y la tecnología revisten para todo el mundo y/o su indudable impacto comercial –curiosa aseveración de pobre fundamento-, parece enfocarse exclusivamente en la instrumentación de procedimientos de divulgación científico-tecnológica que la hagan “menos aburrida”, más parecida a los productos de la industria del entretenimiento o cosas por el estilo, a efectos de que llegue a todo el mundo.
No hace falta añadir que, desde este esquema, es notoria la discordancia entre los objetivos planteados, las convicciones de las que se parte y la realidad que ha de tenerse en cuenta para llevarla a cabo.

Sostengo, por tanto, que debemos empezar a pensar en la divulgación (me refiero tanto a la periodística como a la museística) como parte integrante -sin duda una parte de enorme importancia- de un proyecto que necesariamente deberá tener una mayor envergadura y deberá apuntar a desarrollar una cultura científica y tecnológica de masas.
Esto es, considero que si bien la divulgación de conocimientos científicos-tecnológicos, tal como se la ha venido considerando aquí, constituye una parte absolutamente necesaria, pero en modo alguno suficiente, y requiere del complemento de una empresa educativa de mucho mayor aliento que propenda a una verdadera alfabetización científica, concepto sobre el que volveré más adelante.

Sospecho que de no ser debidamente tenidas en cuenta estas circunstancias, sucederá acaso lo que con candor ilustracionista nos relata Humboldt en ocasión de su viaje a fines del siglo XVIII por nuestro continente, pero que con leves diferencias uno suele escuchar cada vez que se difunden los altísimos niveles de audiencia registrados a raíz del baile del caño o episodios similares y los proporcionalmente bajos de programas de divulgación, más allá de loas y premios:
“De todas las producciones de las costas de Araya la que mira el pueblo como más extraordinaria, y podría decirse como la más maravillosa, es la piedra de los ojos. Esta sustancia calcárea es el objeto de todas las conversaciones; y según la física de los indígenas, es a un mismo tiempo piedra y animal. Hállasela en la arena, donde está inmóvil, pero aislada en una superficie lustrosa, por ejemplo, en un plato de estaño o de loza, se mueve cuando se la excita con zumo de limón. Colocado el supuesto animal dentro del ojo, se encoge y expulsa cualquier otro cuerpo extraño que en él se haya introducido accidentalmente. En la salina nueva y en la aldea de Manicuares nos ofrecieron por centenares las piedras de los ojos, y los indígenas se apresuraban a demostrarnos el experimento del limón. Era fácil reconocer que estas piedras son opérculos delgados y porosos que han pertenecido a conchas univalvas. Estos opérculos calcáreos hacen efervescencia con el zumo de limón y se ponen en movimiento a medida que se desprende el ácido carbónico. (...) Las piedras de los ojos, introducidas en ellos, obran como cuentecillas y diferentes semillas redondas, empleadas por los salvajes de la América para aumentar el derramamiento de lágrimas. Poco agradaron estas explicaciones a los habitantes de Araya. Mientras más misteriosa es la Naturaleza, más grande parece al hombre, y la física del pueblo rechaza cuanto posee un carácter de sencillez” (HUMBOLDT, 1962: 706 y 707)

Muchas y variadas consideraciones provoca el párrafo citado, pero retengo solamente aquella que refiere a lo que motiva este trabajo: sin dudas Humboldt intenta lo que cumplidamente denominaríamos hoy día un proceso de divulgación de conocimientos científico-tecnológicos, con el sano propósito de instruir y arrojar luz sobre un comportamiento que se considera motivado por la superstición o la incomprensión, y como tal se halla anclado en una concepción notoriamente falsa de la realidad (según la concepción de realidad imperante en la época), lo cual decididamente retrasa todo progreso científico y técnico ulterior ya que no permite operar sobre las verdaderas causas del fenómeno a efectos de transformarlo en un instrumento práctico y, sobre todo, mejorable en su funcionamiento.
Magnífico. ¿No es esto, palabra más o menos, lo que mueve a tantos desde mediados del siglo XX a propiciar la divulgación de conocimientos científico-tecnológicos? ¿Acaso representa una actitud censurable? De ninguna manera. Pero sucede que se presenta un inconveniente: la gente no admite fácilmente que la divulgación, aun la realizada con los mejores propósitos, venga a subvertir así como así creencias sólidamente asentadas y que, por si fuera poco, y esto es decididamente muy importante al menos desde un punto de vista epistemológico, siguen resultando instrumentos eficaces para solucionar lo que al fin y al cabo se pretendía solucionar.

Estimo que las reflexiones precedentes colaboran para señalar que la divulgación de conocimientos no puede ser considerada aisladamente de otras actividades complementarias que apunten en la misma dirección, y sí en cambio como una empresa de carácter comprehensivo y sistémico que sólo puede dar resultados en la medida que la totalidad de los agentes –emisores y receptores- se sientan involucrados.
Ahora bien, se trata de una empresa ardua y de incierto resultado (lo que no implica, desde luego, que se deba renunciar a seguir adelante con los instrumentos de los que ahora se dispone), pero es importante enfatizar que, tal como se sostuvo anteriormente, sólo puede fructificar plenamente en la medida que forme parte de una empresa mucho mayor, que necesariamente deberá involucrar a la educación, tanto formal como no formal, a efectos de que la información que se divulgue entre los no científicos y entre los que aun siéndolo no son especialistas en esa disciplina, no se resuma exclusivamente a mostrar el resplandor que emiten los artefactos de última generación o los resultados de ciertas investigaciones, aquellas que el periodista, editor o responsable del medio entiende o supone que serán de interés de un público que nunca fue seriamente consultado para saber cuál es realmente su interés. Lo cual no implica que las estrategias de divulgación deban ser confeccionadas a demanda de parte, pero sí que sean contempladas y evaluadas en forma integral las condiciones de los eventuales receptores de la información.

Y a este respecto, vuelvo a insistir, en una primera etapa es preciso dejar de lado toda consideración sobre la manera en cómo esta información debe ser divulgada. Sostengo que aun siendo esta información vertida de la manera más sencilla y comprensible y sólo motivada por un auténtico interés en ilustrar (como el ejemplo que veíamos de Humboldt), caerá en saco roto o en medio de la más profunda indiferencia sino se intenta primero ir mucho más atrás y comenzar por contextualizar la información, planteando ante todo una reflexión que nos interpele sobre si efectivamente el ciudadano común y corriente entiende necesaria, importante o de algún modo relevante, y en qué sentido, para la vida de la comunidad la investigación científico-tecnológica; ésa en particular, sobre la que se pretende informar puntualmente, o acaso sobre la investigación científico-tecnológica en general.
Estimo, por tanto, que sólo se podrá hablar de alfabetización científica y propender a generar una cultura científica y técnica de masas si los agentes involucrados son contestes en implicarse en el proceso, aunque luego reclamen – demanda que quizá no sea del agrado de todos los científicos- participación y decisión en el asunto.



4
Llegados a este punto, y atento a lo anterior, considero que es preciso introducir una nueva distinción, dado que hasta el momento he manejado como una totalidad indiferenciada el concepto de divulgación científico-tecnológica. Desde mi punto de vista, este término comprende habitualmente dos concepciones radicalmente diferentes en lo que refiere a la manera de entender la divulgación. Estimo por lo tanto preciso separar por una parte la popularización del conocimiento (algunos prefieren el concepto “popularización de la ciencia” que considero incompleto por la simple razón de que la ciencia no resume todo el conocimiento), y por otra la alfabetización científica.

Entiendo por popularización del conocimiento la presentación –a menudo rodeada de cierta espectacularidad- de los avances de la investigación científico-tecnológica, ya sea en forma de “descubrimientos” o de artefactos. Esto es, el propósito de privilegiar la exhibición sobre la demostración. Este tipo de presentaciones generalmente apunta a lo exitoso o impactante y responde mayormente a necesidades de relaciones públicas con objetivos comerciales, industriales o políticos, aunque tampoco excluyo al marketing científico, utilizado con frecuencia para generar y rodear de popularidad los productos de la investigación científico-tecnológica (desde robots que juegan al fútbol hasta medicamentos contra enfermedades terribles, pasando por computadoras personales de bolsillo) que mitiguen el temor del gran público por esos ámbitos (campos disciplinares ultra especializados) vedados para el común de los ciudadanos, e incluso peligrosos a juzgar por muchos de sus productos, o a las leyendas que han circulado al respecto. Estas manifestaciones tienen por objetivo engrosar los presupuestos públicos o privados destinados a Investigación y Desarrollo y dotar a las comunidades de investigadores de mayores recursos.
Si bien éste puede resultar a primera vista un propósito loable porque refuerza el protagonismo de la ciencia y la tecnología en el seno de una comunidad, creo sin embargo que el recurso a la espectacularidad de ningún modo convoca ni ayuda, a mi entender, a construir alfabetización de ningún tipo o a generar una cultura que valore la producción científico-tecnológica, tanto en su día a día rutinario como en el esplendor que exhibe en ocasión de sus hazañas, sino más bien a fortalecer la tan extendida cultura del entretenimiento, que acabará colocando al robot y a la vacuna junto al personaje mediático del momento.
Nuevamente recurro a Bachelard:
“Al satisfacer la curiosidad, al multiplicar las ocasiones de la curiosidad, se traba la cultura científica en lugar de favorecerla, se reemplaza el conocimiento por la admiración, las ideas por las imágenes.” (BACHELARD, 2000: 34)

Por otra parte, lo que entiendo por alfabetización científica, al menos la porción de la misma que es posible llevar a cabo desde los medios masivos de comunicación, apunta a explicar más que a mostrar y debe, como se ha dicho anteriormente, comenzar por plantear al “gran público”, y aun antes plantearse a sí misma, no ya por qué es necesario o conveniente divulgar ciencia y tecnología, y por qué y para qué se entiende que es preciso divulgarla, sino ir mucho más atrás y preguntarse y preguntar para qué y por qué ciencia y tecnología. ¿Cualquiera? ¿Alguna? ¿Cuáles serán los criterios de calificación, clasificación y selección? ¿Acaso se favorecerá el desarrollo de aquellas disciplinas que producen “rápidos retornos” o, por el contrario, se propenderá a un desarrollo igualitario, independientemente de la ecuación costo-beneficio? ¿Las ecuaciones costo-beneficio incluyen el conocimiento tácito?[8]

Aunque suene desalentador, creo que hay que empezar por el principio, y el principio es una necesaria contextualización del problema.
Un ejemplo elocuente señala claramente qué entiendo por contextualizar un acontecimiento científico-tecnológico:
“Hacia 1885 se instalaron en la planta de fabricación de segadoras Cyrus McCormick de Chicago modernas máquinas neumáticas de forja, una innovación reciente y con su eficacia aún por probar, con unos costes estimados en 500.000 dólares. En la interpretación económica tradicional de tal suceso se esperaría que esta decisión hubiese modernizado a la fábrica y logrado el tipo de eficacia que generalmente implica la mecanización. Pero el historiador Robert Ozane ha mostrado por qué este desarrollo debe contemplarse en un contexto más amplio. Precisamente en ese momento, Cyrus McCormick II se hallaba envuelto en una lucha contra el sindicato nacional de forjadores. En realidad él veía la utilización de esas nuevas máquinas como una forma de ‘arrancar de raíz los elementos subversivos entre sus trabajadores’, es decir, los trabajadores especializados que habían organizado el sindicato local de forjadores de Chicago. Las nuevas máquinas, manipuladas por trabajadores no especializados, realmente producían resultados de peor calidad a costes más altos que los primitivos procesos. Tras tres años de utilización, las máquinas fueron simplemente eliminadas, pero para entonces ya habían cumplido su misión: la destrucción del sindicato. De esta manera, la historia de estos desarrollos técnicos de la fábrica McCormick no pueden entenderse adecuadamente sin hacer referencia a los intentos de organización de los trabajadores, la política de represión de los movimientos sindicales de Chicago durante aquel período y los sucesos relacionados con el atentado con bomba en Haymarket Square.”
(WINNER, 1985:3)

Esto es, es preciso remontarse más allá de las causas y de las pre-nociones que señalan demasiado claramente en una dirección y “naturalizan” circunstancias, para poner de manifiesto la multiplicidad de factores que están a la base un acontecimiento. En efecto, la cultura científico-tecnológica, tal como la conocemos, no es un hecho “natural”, sino un producto histórico que obedece a una determinada evolución cultural y se ajusta a los patrones y expectativas que esa cultura desarrolló en el contexto de un modo de producción.
¿Acaso esta circunstancia no necesita ser explicada para entender la eficacia que tanto la ciencia como la tecnología ha demostrado tener para operar en ciertos campos? ¿Y por qué será más eficaz en unos que en otros? ¿Será su eficacia, tanto en su papel de productora de saber como de soluciones técnicas, independiente de la necesidad, del contexto o de los objetivos que se plantea cualquier individuo en cualquier comunidad y en cualquier circunstancia? ¿Hay que aceptarla, aunque venga en paquetes etiquetados tómela-o-déjela, cualesquiera sean los contextos de aplicación?

Sólo al cabo de reflexiones colectivas de este tenor, estimo, el público de no especialistas, el “gran público” -todos nosotros, en definitiva- quizá empiece a sentir que el suyo no es el lugar del mero espectador de los resultados de los procesos de producción de conocimientos, sino el de partícipe en las condicionantes del proceso mismo. Como, por ejemplo, quiénes deciden qué proyectos emprender y cuáles desechar y por qué, cómo y por qué se llega a determinar objetivos, cómo se desarrolla el proceso y por qué, cómo se organiza la comunidad de científicos para producir y para validar sus productos antes de sentenciar que algo está “científicamente comprobado” o “que no hay elementos científicos para afirmar tal o cual cosa”, qué significa que se ha tenido éxito o que se ha fracasado en el intento, aspecto que no recoge mayor eco periodístico, pero que, sin embargo, desde un punto de vista educativo es de igual o mayor importancia, incluso, que el éxito. En otras palabras, que el “público en general” posea instrumentos de reflexión para actuar sobre lo producido por la comunidad científico-tecnológica.
Dice Bachelard:
“Para un espíritu científico todo conocimiento es una respuesta a una pregunta. Si no hubo pregunta, no puede haber conocimiento científico. Nada es espontáneo. Nada está dado. Todo se construye” (BACHELARD, 2000: 16)

Estimo que con la introducción del concepto de alfabetización científica y lo que ello implica, podremos esbozar una respuesta a los interrogantes planteados más arriba (final de la sección 2), cuando se planteaba por qué y para qué divulgación de conocimientos; ya que sólo desde el marco de un proceso de alfabetización científica habrá de propiciarse una cultura científico-tecnológica de masas, condición imprescindible tanto para el diseño de planes de divulgación como para la implementación de los mismos, ya que propenderá a una adecuada recepción de la información y su circulación reflexiva al más amplio nivel, lo cual permitirá concretar de ese modo el anclaje en el contexto social al que se hacía mención más arriba. Anclaje que, además, habrá de habilitar una permanente retroalimentación, a varios niveles y de diferentes maneras, entre las comunidades de especialistas y el “gran público”; entre la propia labor de investigación y producción de conocimientos y un medio acaso no ya hostil o indiferente sino dispuesto al diálogo y la participación creativa que apunte a la generación de un “capital humano” indispensable para que las innovaciones, hallazgos, “descubrimientos”, capilaricen a lo largo y ancho de la sociedad.
Quizá resulte interesante reproducir, pensando en estrategias de desarrollo para nuestros países subdesarrollados, lo que expresa Mokyr acerca de por qué la primera Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, se produce en Gran Bretaña y no en otra parte de Europa:
“Gran Bretaña acaso no tenía una mayor cantidad de conocimiento proposicional disponible para el proceso de invención e innovación, pero sus trabajadores poseían mayores niveles de competencia, por tanto las nuevas técnicas emergentes encontraron un mejor ambiente allí para sus aplicaciones.” (MOKYR, 2005:16)




5
Ahora bien, una vez instalada la necesidad de generar interrogantes e instancias de reflexión que conduzcan a la formación de una cultura científico-tecnológica de masas, queda por delante la tarea nada sencilla de diseñar de la mejor manera estos interrogantes y, desde luego, la posible batería de abordajes a esos interrogantes. En efecto, creo que en la actualidad carecemos no solamente de respuestas decisivas al respecto, y ni que hablar de respuestas sencillas, lo cual a la hora de enfrentarse a un público acostumbrado a encontrar en los medios una cultura del entretenimiento ligero no deja de representar un problema a considerar, por lo cual se deben plantear y planear muy bien las estrategias de divulgación para que éstas no se conviertan en un verdadero fracaso o en una límpida e irrealizable utopía.

Considero que la mejor manera de comenzar a elaborar tanto los interrogantes como sus posibles respuestas será pugnar para que la divulgación insista, a través de todos los medios técnicos y estilísticos a su alcance, en señalar a divulgadores y a quienes aspiran a serlo que el contexto en el que se produce o diseña un producto científico-tecnológico, y el por qué se lo hace y qué lugar ocupa ese proyecto dentro de un programa de investigación frecuentemente mucho más amplio, e incluso interdisciplinar, sea el principal objetivo a elucidar ante el gran público; condición necesaria para que el producto final sea comprendido y aprendido.
En suma y si se me permite la metáfora: apuntar a revelar las peripecias inseguras del trabajo científico, develando así el desarrollo de la intriga entre bastidores, antes de llevar a escena los desenlaces.
Desde mi punto de vista es ésta la función más relevante, al menos en este momento histórico, que debe desempeñar el comunicador especializado en la materia.
La tarea a llevar a cabo es, por cierto, poco sencilla. En primer lugar, el divulgador deberá empaparse de códigos a menudo diferentes de los utilizados en su práctica profesional y en su comunidad, de tal modo que el esfuerzo será similar a aprender una nueva lengua; en segundo lugar, deberá poder articular intereses, motivaciones, significaciones y objetivos en ocasiones distantes y hasta contradictorios; en tercer lugar, deberá ser capaz de atraer el interés tanto de los productores de conocimiento como del público por conjuntos de intereses y códigos mutuamente extraños a efectos de posibilitar el vínculo que propicie la divulgación científico-tecnológica.
Ahora sí, deberá echarse mano las enormes posibilidades comunicacionales que disponen los medios masivos y hacer de ellos y con ellos un uso provechoso y dinámico a efectos de contextualizar históricamente lo que se pretende difundir; situarlo social y políticamente; indagar en la multiplicidad de factores que rodearon su formulación como problema o necesidad a resolver; trazar rutas, aun las truncas; cartografiar alternativas; esquematizar las argumentaciones y discusiones, políticas, técnicas, económicas, ambientales, epistemológicas, que lo precedieron y acompañaron en su trayecto, e incluso aquellas que se instalaron una vez presentado en sociedad y puesto a operar.

Sólo al cabo de reflexiones y discusiones de este tenor, meros prolegómenos a la tarea verdaderamente urgente de establecer una estrategia y una práctica de divulgación, estimo que será provechoso plantearse los aspectos instrumentales, esto es, qué divulgar (criterios para elección del material), cómo divulgar (lenguajes y modalidades de presentación más efectivas) y dónde (a través de cuáles medios) divulgar conocimientos y producciones científico-tecnológicas para que sea efectiva la transmisión de informaciones.









Referencias bibliográficas

_ BACHELARD, Gastón (2000): La formación del espíritu científico, Buenos. Aires., Siglo XXI, 23ª reimpresión
_ DARWIN, Charles (1972): Viaje de un naturalista, Madrid, Salvat.
_ DICK, William (1954): “La science et la presse”, Impact, vol. V, nº 3, pp. 153-186.
_ ECO, Umberto (1993): “¿El público perjudica a la televisión?”, en Sociología de la comunicación de masas, vol. II, M. de Moragas editor, México, G. Gili.
_ FAYARD, Pierre (1991): “Divulgación y pensamiento estratégico”, Arbor, CXL, 551-552, noviembre-diciembre, pp. 27-36.
_ FLECK, Ludwick (1980): La génesis y el desarrollo de un hecho científico, Madrid, Alianza.
_ HUMBOLDT, Alexander (1962): Viaje a las regiones equinocciales, Biblioteca Indiana, Vol. 4, Madrid, Aguilar.
_ KUHN, Thomas (1980): La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 4ª reimpresión.
_ MOKYR, Joel (2005): “Long –term economic growth and the history of technology”, borrador de capítulo para Handbook of economic growth, vol 1B, Aghion and Durlauf eds. En http://faculty.wcas.northwestern.edu/~jmokyr/AGHION1017new.pdf
_ WINNER, Langdom (1985): Publicación original: “Do Artifacts Have Politics?” en The Social Shaping of Technology, Mackenzie et al. (eds), Philadelphia, Open University Press. Tomado de www.oei.es/salctsi/winner.htm








[1] L’Academia dei Lincei de Roma en 1601, The Royal Society de Londres en 1662, L’Académie des Sciences de París en 1666 y la Academia de San Petersburgo en 1724.
[2] Tomo las definiciones de círculo esotérico y exotérico de L. Fleck, (FLECK, 1980).
[3] Sin duda muy por detrás de horóscopos, tiras cómicas y crucigramas.
[4] Durante las etapas de institucionalización de la indagación científica, por ejemplo en las sesiones de The Royal Society durante los siglos XVII, XVIII e incluso hasta comienzos del XIX, aun un gentleman (obviamente no un ciudadano “cualquiera”) podía fungir de testigo e interlocutor calificado.
[5] Me refiero, obviamente, a una comunidad científica “ideal” de corte mertoniano, y como tal inexistente en la realidad cotidiana. No obstante y en buena medida, estos factores juegan un papel importante al interior de las comunidades, a la vez no pueden ignorarse otros que distorsionan ese “ideal mertoniano”. Sin embargo por razones de espacio no voy a ahondar aquí en las luchas por la autoridad científica –y la consiguiente subordinación- que se verifican en cada uno de los campos disciplinares, y las consecuencias epistemológicas que de ello devienen a la hora de la toma de decisiones.
[6] Me refiero aproximadamente a aquello que Thomas Kuhn (KUHN, 1980) define como “paradigma” o “ciencia normal”.
[7] Véase por ejemplo a Humberto Eco en (ECO, 1993)
[8] El conocimiento tácito es a grandes rasgos aquel que proporciona un proceso de socialización y una formación educativa de carácter formal y no formal provechosa. No obstante, no se encuentra explicitado en ningún texto o manual, sin embargo es indispensable hasta para lavar los tubos de ensayo sin romperlos.

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