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¿Qué tan revolucionaria es la sociedad de la información?
Jorge Rasner
Universidad de la República
Uruguay

“Pero lo importante es que la historia no considere un acontecimiento sin definir la serie de la que forma parte, sin especificar el tipo de análisis de la que depende, sin intentar conocer la regularidad de los fenómenos y los límites de probabilidad de su emergencia, sin interrogarse sobre las variaciones, las inflexiones y el ritmo de la curva, sin querer determinar las condiciones de las que dependen.”
Michel Foucault – El orden del discurso


1 – números de la sociedad de la información
Según el Executive Summary publicado por Lyman y Varian en 2003[i] el volumen estimado de información almacenada durante 2002 en todo el mundo equivale a 5 exabites (no se tiene en cuenta la calidad o el carácter de la misma), aproximadamente medio millón de bibliotecas digitalizadas de las dimensiones de la del Congreso de los EEUU. De este volumen impresionante de información aproximadamente el 90% fue almacenado en medios magnéticos, la mayoría en discos duros. No obstante lo cual el almacenamiento en otros soportes, como el papel, no deja de crecer, aunque a tasas inferiores.
Este volumen de información almacenado en el período fue, sin embargo, apenas la tercera parte de toda la información que circuló a través de canales electrónicos –teléfono, Internet, TV y radio-; lo que supone una cantidad cercana a los 18 exabites, divisible en las siguientes cantidades (medición aproximada en exabites): radio 0,003; TV 0,07; Internet 0,5 y teléfono 17, 3.
Se pueden extraer conclusiones interesantes: el teléfono (comunicación interpersonal y privada de informaciones) fue por lejos durante 2002 el medio de trasmisión por excelencia. Hoy día, con el auge que ha tenido la telefonía celular, estimo que cuando menos esta tendencia seguirá en alza y penetrará en zonas vedadas para la telefonía fija. En un segundo lugar, aunque muy lejos, encontramos el tránsito por la red que, para poner sólo un ejemplo relativo al muy frecuentado Google, recibió a fines de 2003 2.310 consultas por segundo.[ii]
De acuerdo al informe que cito, detallado al extremo, se pueden seguir exponiendo cifras de la cantidad global de flujos de información circulante que convocan al asombro. Pero para nuestros propósitos bastan estos breves ejemplos para comprobar que la enorme cantidad de información en permanente crecimiento genera, desde luego, una situación enteramente nueva que debe ser examinada con muchísima atención y sin optimismos rebosantes ni pesimismos apresurados. Esto es, tan lejos como sea posible de juicios apocalípticos y loas a la integración.
A tales efectos, la pregunta que formulo y deseo comenzar a elucidar a través de las páginas que siguen es si tal cantidad de información circulando supone o propicia, al menos, una revolución que alumbre una nueva era para las expresiones cultura, la economía y la sociedad. Hay quienes, con matices y no sin fundamento, lo creen así

2 – la cultura y la barbarie
Pero no sólo es determinante el volumen de la información circulante o de aquella que va siendo almacenada año tras año, también la velocidad con la que fluye por los canales de transmisión se torna decisiva a la hora de efectuar consideraciones en torno a su carácter. Lippmann, en un trabajo casi pionero en torno a las ciencias de la comunicación[iii], pone de ejemplo un episodio acaecido durante 1914, en una lejana isla de Pacífico, en la cual convivía una comunidad compuesta por europeos de diversas nacionalidades que sólo cinco meses más tarde, el tiempo que tardaba un buque correo en transportar bienes y noticias desde la margen continental más próxima, se enteraron del estallido de la Primera Guerra Mundial y que, por tanto, algunos de ellos habían pasado a ser enemigos entre sí por arte y gracia de sus reyes y gobernantes. Pero así como para estos europeos casi perdidos demoró cinco meses la noticia –absurda- de que de pronto y con considerable atraso se habían tornado enemigos, para otros, más próximos a la metrópolis, el retraso informativo fue menor, aunque en todo caso –enfatiza Lippmann- el suficiente como para labrar y continuar proyectando durante ese lapso futuros que la guerra haría inviables. Sin embargo, no es esto –todavía- lo que más preocupa a Lippmann, sino cuán dependiente de la información que nos llega, y por tanto cuán indirecto, es nuestro conocimiento del ambiente en el cual vivimos. Desde luego, ambas cuestiones ocupan un lugar central en la reflexión actual, aunque por mi parte centraré el presente trabajo en el primero de los aspectos. Esto es: hasta qué punto la cantidad de información y la velocidad con la que es transmitida modifica sustancialmente, respecto de un pasado no tan lejano, nuestra concepción del mundo, nuestras acciones sobre él y las de otros sobre nosotros y sobre nuestro medio ambiente, de tal modo que podamos hablar de una nueva era que ha sido bautizada por algunos era de la información.
Sin dudas, si se observa la actual velocidad con la que se trasmite la información, de inmediato se nota que algunas lejanías escogidas se diluyen y que ciertos contenidos resultan decisivos, dado que la “producción de la realidad social”[iv] que del acontecimiento hacen ejecutivos, tomadores de decisión, orientadores de opinión y, en fin, los diferentes medios masivos de comunicación genera sustanciales modificaciones en nuestra percepción de la realidad a la hora de la toma de posiciones. Siguiendo el ejemplo planteado por Lippmann, basta comparar si una noticia –nada menos una guerra que me enfrenta a mi vecino, colega o amigo- llega con cinco meses de retraso o casi instantáneamente. Y aún omito por obvio todo ejemplo respecto a lo que esto significa para el mundo de las transacciones comerciales, financieras, etc.
No obstante, considero que deben tenerse más factores en cuenta si se pretende hablar de una transformación social tan radical como lo es una revolución, aun consintiendo que ninguna revolución se ha hecho toda de golpe y a la vez. Un mundo que avanza a dos o tres velocidades muy disímiles, con bolsones de rezago y extrema riqueza muy bien diferenciados aunque coexistiendo en radios de pocos kilómetros de distancia unos de otros; zonas empobrecidas, linderas a centros de excelencia, que, en el mejor de los casos, proporcionan la mano de obra no calificada para tareas de limpieza y mantenimiento, cuestionan la facilidad con la que algunos se apresuran a denominar a ésta una nueva era diferente o especial, dado que en otros muchos sentidos –que implican nada menos que la producción, distribución, acceso a los bienes, incluidos los informacionales- no parece ser más que la continuación de aquella era de desigualdades que inaugurara hace ya unos siglos el modo de producción capitalista y que, lejos de acortar distancias entre el tope y el fondo de la escala social y promover el acceso a bienes y servicios, las ha tornado progresivamente más acusadas.
En la sección Cultura de la edición digital del diario argentino La Nación aparece con fecha 2/3/05[v] una entrevista al filósofo Michel Serres donde se le pregunta por la globalización y el papel que desempeña la ciencia en la sociedad contemporánea. Un punto de interés lo constituye la irrupción tumultuosa de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y la supuesta fractura que esto conlleva, tanto en lo que respecta a los vínculos sociales como al ahondamiento de la brecha entre ricos y pobres. Serres responde: “Como sucedió con la llegada de la imprenta, la Red es una herramienta formidable para poner el conocimiento y la cultura a disposición de todos. Se habla de esa fractura social, pero nadie la compara con la que existe ahora: esa fractura que precipita a los más pobres a la ignorancia total mientras educa a los privilegiados en Stanford y Harvard”.
Serres coloca el problema a discutir en el punto crucial de la cuestión: qué aportan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) de manera tal de que no sea sólo conveniente sino incluso imperioso hablar de una era diferente. ¿Pero dónde situaremos el impacto de las TIC? ¿Acaso toda su potencia se despliega principal y fundamentalmente en el ámbito de la producción y de la así llamada “nueva economía” o, además y por añadidura, la difusión de estas nuevas tecnologías supone al mismo tiempo una democratización del acceso a la información –y del poder hacer cosas con ella-con los beneficios que ello conlleva?[vi] ¿Esta presunta democratización permitirá solucionar viejos problemas –agudizados- como el de la ya intolerable brecha entre ricos y pobres con sus obscenos niveles de pauperización y concentración de la riqueza? ¿Facilitará que los más pobres dejen de precipitarse en la economía de mera subsistencia y la ignorancia total y Stanford y Harvard no lo sean tanto? Finalmente, ¿la democratización de la información resulta una evidencia tan palmaria?
Las opiniones varían de tono y de contenido. En el vasto espectro de los que han tratado y continúan tratando estos problemas destacan dos posiciones muy nítidamente: quienes apuestan a las TIC en el entendido de que éstas proporcionarán un “atajo” para el desarrollo de aquellas economías poscoloniales que permanecen sumidas en el atraso, fundamentalmente a instancias de un uso eficiente y virtuoso de la información disponible; y por otra, quienes no ven en esto más que una nueva fase del desarrollo capitalista que ha sido, por sus características inherentes, permanente innovador en materia productiva.
Lo que se propone el presente trabajo es examinar el papel de las TIC en la sociedad contemporánea y los modos en que un manejo eficiente de la información podría suponer una palanca para el desarrollo científico, tecnológico y social.


3 – qué son las tecnologías de la información y la comunicación: TIC
Antes de seguir adelante quizá sea conveniente repasar brevemente de qué hablamos cuando hablamos de TIC. Sin perjuicio de opiniones en contrario y a riesgo de quedar de inmediato obsoleto al tratar sobre materia tan cambiante y dinámica, incluiré en la clase de las TIC todos aquellos desarrollos que refieren:
1) a los medios masivos de comunicación, desde el periódico hasta el cine, la radio y la televisión.
2) medios tradicionales de comunicación interpersonal: telégrafo, teletipo, telefonía fija y móvil, en especial esta última con su frenético desarrollo y difusión entre los más heterogéneos sectores que data apenas de la última década[vii], fax, etc.
3) todo lo que genéricamente denominaremos como el área de la informática: bases de datos, procesadores de textos, hojas de cálculo, etc.
4) la red de redes: Internet.
¿Cuáles son las aportaciones relevantes de las TIC? Resumiendo podría decirse que facilitan el acceso a una inmensa fuente de información (también es cierto que muy indiscriminada al punto tal que requiere un proceso de aprendizaje que facilite la búsqueda entre miles de entradas no jerarquizadas o jerarquizadas por mecanismos que toman en cuenta sólo la cantidad de demandas efectuadas), permiten un rápido y fiable procesamiento de datos, habilitan canales de comunicación inmediatos, a través de la digitalización permiten un almacenamiento de información en un muy reducido espacio físico que supera largamente todo lo conocido hasta hoy, automatiza las tareas más rutinarias liberando tiempo para aquellas que se consideren relevantes, homogeniza códigos comunicacionales (también puede leerse como la imposición de códigos comunicacionales bajo pena de quedar fuera de juego) y, finalmente, permite una intensa interactividad entre personas, organizaciones, etc. También debemos incluir en este resumen las combinaciones y cruces posibles entre los diferentes ámbitos reseñados: telemática, multimedia, realidad virtual, videoentretenimiento.
Lo esquematizado anteriormente sin dudas refiere a una etapa diferente signada por ciertos desarrollos que facilitan una disponibilidad técnica no prevista hasta hace unas pocas décadas atrás. ¿A esto refiere la era de la información? Las cuestiones surgen apenas nos preguntamos si efectivamente está, y cuánto, disponible esta disponibilidad técnica, y, además, si la mera disponibilidad permite apropiarse de manera eficiente y eficaz (sea cual sea el sentido que demos a ambos calificativos) de la información de manera tal que estemos en condiciones de hacer cosas (signifique lo que signifique hacer cosas) con ella.

4 – Bell y la sociedad posindustrial
Uno de los pioneros en la introducción de nuevos conceptos para caracterizar y comprender el desarrollo experimentado por el modo de producción capitalista desde la década del 70 del pasado siglo (período en el cual se suele ubicar el inicio de la tercera revolución científico-tecnológica que desemboca precisamente en el desarrollo de las TIC, además de la robótica, bioingeniería y nuevos materiales) fue sin duda el sociólogo Daniel Bell, que introdujo el concepto de “sociedad posindustrial”:
“La revolución de los medios de comunicación, la creación de una aceleran el desarrollo de lo que he dado en llamar la (...) Esta última se reconoce por dos rasgos muy diferenciados. El primero es el paso de una economía de mercancías a una servicios (...) La segunda característica es mucho más importante: por primera vez la innovación y el cambio proceden de la codificación del saber teórico.” [viii]
Es notorio que Bell coloca el valor intangible representado por la información en forma de “sabér cómo” y “saber qué” por encima de la contundencia del objeto procesado industrialmente que se elabora, por ejemplo, en una línea de tipo fordista. Tan por encima que lo desplaza reconfigurando el modo de producción, dándole otro carácter, generando –a su entender- un nuevo modelo productivo y social:
“El punto crucial respecto a la sociedad posindustrial es que el saber y la informática se convierten en los recursos estratégicos de transformación de esta sociedad de forma idéntica a como el capital y el trabajo lo fueron para la sociedad industrial.” [ix]
Desde esta perspectiva, Bell elabora una línea evolutiva que comienza con las “sociedades preindustriales”, sigue con las “sociedades industriales” (mediados del siglo 19 y buena parte del 20 en los países desarrollados, no así en los subdesarrollados), para desembocar finalmente en la “sociedad posindustrial”[x], a la que han arribado, en su opinión, algunos sectores productivos de los países centrales. En este modelo de sociedad primaría el sector servicios y por tanto resultan claramente mayoritarias aquellas ocupaciones laborales y actividades sociales que atienden y apuntan a las relaciones vinculares entre las personas, estamentos, organizaciones, etc.; destacándose un paulatino decrecimiento relativo del sector manufacturero, como antes le había ocurrido al sector agrícola cuando la presión industrializadora propició la urbanización de la mano de obra campesina.
Esto es: en las economías posindustriales el sector terciario sería el generador de la mayor parte del PBI (producto bruto interno) en detrimento de los sectores secundario y primario. Por cierto, Bell no deja de reconocer que los bienes tangibles se siguen y seguirán produciendo, desde luego, aunque de acuerdo a lo que se observa fuera de fronteras de las “sociedades posindustriales”. ¿Estamos frente a un cambio social cualitativo o meramente frente a una relocalización industrial que busca mejoras competitivas?¿No se trata de una nueva división internacional del trabajo que reserva a sus casas matrices la creación de saber cómo y saber qué y desplaza a la periferia la factoría? ¿Qué legitimidad tiene por tanto, y precisamente en un mundo de economía globalizada, destacar el análisis de una de las partes del conjunto excluyendo aquellas que la complementan y le proporcionan su lógica de funcionamiento?
Sin dudas la irrupción de las TIC favorece e incluso posibilita esta especie de “factoría extendida” formada por módulos interdependientes y simultáneamente dotados de cierta independencia, pero no va de suyo que esto implique cambios tales que en la sumatoria total pueda hablarse de un eje de producción de bienes que se desplaza desde lo tangible a lo intangible, o desde el artefacto puro y duro al servicio. Es notorio que multiplica la masa total de bienes de consumo masivo intangibles que antes no se producían con tal magnitud (la industria cultural, del entretenimiento y la estandarización de las ocupaciones del tiempo libre son ejemplos sobresalientes), pero no resulta tan claro que sustituya, desplace e incluso sobreviva sin su contraparte productora de bienes tangibles, todavía organizada en torno a las formas tradicionales de elaborarlos, más allá de los cambios concretos en la administración del trabajo fabril, como es el paso –en ciertos sectores emblemáticos- del fordismo y el taylorismo al toyotismo, punto que no habré de abordar aquí. En el mejor de los casos amplía el rango de bienes producidos y genera un mercado de consumo tanto mayor, que abarca los clásicos productos de alimentación y manufacturas y se expande incesantemente hacia productos intangibles que antes no existían o eran muy acotados. Por lo cual, estimo, sería un contrasentido en una economía dinámica en flujos, a tal punto que en la última mitad del siglo 20 anatematizó primero y forzó después la desaparición de fronteras, introducir un análisis centrado en compartimentos estancos.
Quizá fuera más conveniente hablar de una transformación social (dado que no estoy seguro de si cabe concebir algo tan radical como un nuevo modelo social denominado “sociedad posindustrial”) en la medida en que se produce una redistribución del mapa productivo y laboral, desplazando el uso de mano de obra industrial hacia los países periféricos. No obstante, y esto es importante, no se detecta un que el empleo industrial e incluso el vinculado a la agropecuaria se reduzca significativamente en las economías centrales[xi].
Considero que no basta el análisis que efectúa Bell para hablar de revolución o de un nuevo tipo de sociedad. Sí quizá para señalar que se está en presencia de un ajuste al interior del modo de producción capitalista, dado que, como se ha dicho, no hay ningún indicador que nos permita afirmar que el trabajo en general o en particular el empleo abocado a la manufactura industrial y de bienes tangibles desaparecerá. Sí es notorio que cambió su constitución y su organización, flexibilizándose en detrimento de aquella estabilidad laboral del período fordista y generalizada durante la posguerra, que al menos como horizonte reivindicativo aspiraba a conseguir para el conjunto de la masa trabajadora el denominado “40-50-60”. Esto es: 40 horas semanales durante 50 semanas al año hasta que, cumplidos los 60 años, el trabajador pasara a retiro amparado por la seguridad social.
El aumento de la demanda de empleo en los sectores de trabajo indirecto, debido a la complejización y tecnificación sufrida por los procesos de producción y a un nuevo tipo de administración de las líneas de ensamblado, mucho más sensibles y por tanto flexibles a la demanda, confirma esta transformación.
Dice Coriat: “La búsqueda de la minimización de los costos de trabajo –que empuja a la constitución de equipos limitados-, así como el carácter intrínsicamente más ‘cooperativo’ requerido por el seguimiento y la administración de las líneas integradas/flexibles, se traduce en el hecho de que, prácticamente, las fronteras entre trabajo directo e indirecto, en el caso de una parte importante de las tareas, son vagas, inciertas, poco determinadas y por constitución misma ampliamente evolutivas.” [xii]
Siguiendo a Coriat, y como efecto de la introducción de la robótica y la difusión de las tecnologías de la información al interior de los procesos productivos, al menos en aquellas industrias de punta, ¿no sería acaso más adecuado denominar a esta etapa del desarrollo del modo de producción capitalista “posfordista” o incluso como –nuevamente en ciertos sectores- una “economía intensiva en conocimientos” antes que “posindustrial”?
Como veremos más adelante, no pretendo generar discusiones por un nombre ni aferrarme a viejos esquemas conceptuales por puro afán conservacionista, pero el nombre y sus connotaciones acaban por ser efectivamente importantes si de ello depende el diseño de políticas específicas.

5 – Castells y el modo de desarrollo informacional
El cambio radical que supone una economía intensiva en conocimientos, apoyada fundamentalmente en el desarrollo vertiginoso de las TIC, es precisamente la tesis fuerte de Castells. Pero va aún más allá, dado que a su juicio la difusión masiva de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación promueven no sólo un cambio de configuración en la estrategia productiva, industrial y comercial, propia de la corporación típica del capitalismo globalizado, sino incluso una reconfiguración radical de la organización social en su conjunto. Sus alcances por tanto trascienden la corporación (aun la corporación ampliada y diseminada a lo largo de la geografía global) y no sólo conmueven las estructuras organizacionales y productivas que constituyen lo que Bell denomina sociedad posindustrial, sino que penetran por los intersticios de la estructura social, afectando los vínculos y las relaciones interpersonales cotidianos del común de los ciudadanos; recreándolos incluso de manera sustancialmente diferente a como se manifestaban en las etapas previas a la era de la información:
“Internet es el tejido de nuestras vidas en este momento (…) Sin embargo, esta tecnología es mucho más que una tecnología. Es un medio de comunicación, de interacción y de organización social” [xiii]
Brevemente: los alcances de este “tejido” configuran lo que Castells denomina “sociedad red”. No obstante: “Internet es un instrumento que desarrolla pero no cambia los comportamientos, sino que los comportamientos se apropian de Internet y, por tanto, se amplifican y se potencian a partir de lo que son”[xiv]
Con esta afirmación Castells pretende tomar distancia de todo determinismo tecnológico y de alguna manera se suma a la corriente de historiadores de las revoluciones tecnológicas que ven a éstas como causa pero al mismo tiempo como efecto de una serie de demandas, desarrollos institucionales, proyectos e incidencias de variado carácter interactuando de modo complejo. Esto es, se percibe a la o a las revoluciones industriales como puntos de confluencia y a la vez de inflexión que acaban por promover un nuevo relacionamiento político, económico y social, que si bien, por comodidad, se suele esquematizar y visualizar como resultado de uno o unos pocos ingredientes tecnológicos de partida que las dinamizan e impulsan, de ninguna manera las determinan mecánicamente[xv]. Y esto es importante resaltarlo, por varios motivos, ya que, desde esta óptica, la incorporación, difusión y adaptación, es decir, el uso que se dará a toda innovación trascendente adquirirá características peculiares y penetrará el tejido social de diferente modo y con distinto alcance de acuerdo al contexto de que se trate[xvi], ya que son múltiples los factores condicionantes que operarán como facilitadores u obstaculizadores, de acuerdo a los valores culturales, educativos, geográficos, políticos y económicos hegemónicos en una comunidad durante un período histórico específico.[xvii]
Por lo cual, es preciso examinar con sumo cuidado el proceso de difusión de las nuevas tecnologías y tratar de especificarlo a cada realidad a efectos de evitar las generalizaciones excesivas. Un buen ejemplo de lo anterior lo constituye el Uruguay, donde ha sido rápida la difusión del uso de Internet entre aquellos sectores de la población que debido a su condición económica, especialmente entre ciertas franjas etarias, acceden a esta tecnología, registrándose importantes niveles de crecimiento en el acceso que sobrepasan en la actualidad, después de un comienzo vacilante, la media latinoamericana[xviii]. Sin embargo esta rápida difusión no se condice con simultáneos y esperables niveles de desarrollo sustantivo de la “nueva economía”, ni con desarrollos industriales o de innovación tecnológica conexos que presumiblemente se verían impulsados –o al menos facilitados- por el aprovechamiento de la interconexión informacional resultante de la Sociedad Red; a excepción de un sector muy dinámico, la todavía incipiente aunque en plena expansión industria del software, un sector todavía marginal en la economía uruguaya pero que goza –al menos a nivel discursivo- de gran apoyo gubernamental. [xix]
Justo es reconocer, sin embargo, que un ejemplo en muchos sentidos tan atípico como el proceso de difusión de una innovación tecnológica en el Uruguay –un país con una bajísima escala de mercado interno, productor por excelencia de materias primas con poco valor agregado y escasamente industrializado-, no basta para falsar la hipótesis de Castells, pero nos advierte de ciertas dificultades para asumir sin más el carácter –al menos tendencial- hacia la ineludible universalización que el propio Castells señala seguidamente:
“La especificidad [de Internet] es que constituye la base material y tecnológica de la sociedad red, es la infraestructura tecnológica y el medio organizativo que permite el desarrollo de una serie de nuevas formas de relación social que no tienen su origen en Internet, que son fruto de una serie de cambios históricos, pero que no podrían desarrollarse sin Internet (...) Internet es el corazón de un nuevo paradigma sociotécnico que constituye en realidad la base material de nuestras vidas y de nuestras formas de relación, de trabajo y de comunicación.”[xx]
¿Cuáles serían las características de este nuevo paradigma sociotécnico? ¿Cómo incide en la producción de bienes y servicios? ¿Cuáles serán las competencias necesarias –capital cultural, social, educativo- para conseguir una inserción efectiva? ¿Ahondará o mitigará las diferencias, distancias y marginaciones que el modo de producción capitalista librado a sí mismo genera incesantemente? ¿Cómo fluirán por este paradigma emergente los intereses concurrentes, las luchas por la legitimidad, las apropiaciones, expoliaciones, solidaridades? ¿Y cómo las insubordinaciones y las estrategias conservadoras? ¿Habrá nuevos marginados del paradigma emergente que se sumarán a los ya desechados por el desarrollo del capitalismo global con sus relocalizaciones, desindustrializaciones y desertificaciones de zonas enteras del planeta debidas al monocultivo?
Estas pocas preguntas bastan de ejemplo para señalar que el concepto “organización sociotécnica” debe ser tomado con mucha precaución para posteriormente ser analizado en el sentido literal del término.
Continúa Castells: “Mi hipótesis sostiene que este contexto se caracteriza simultáneamente por el surgimiento de un nuevo modelo de organización sociotécnica (que llamaré modo de desarrollo informacional) así como por la reestructuración del capitalismo como matriz fundamental de la organización económica e industrial de nuestras sociedades” [xxi]
¿Qué caracteriza y diferencia al modo de desarrollo informacional?
“… mientras que en los modelos de desarrollo preindustriales el conocimiento se utiliza para organizar la movilización de mayores cantidades de trabajo y medios de producción, y en el modo de desarrollo industrial el conocimiento se utiliza para proveer nuevas fuentes de energía y para, de forma correspondiente, reorganizar la producción, en el modo de desarrollo informacional el conocimiento moviliza la generación de nuevo conocimiento como fuente clave de la productividad a través de su impacto sobre los otros elementos del proceso de producción así como sus relaciones.” [xxii]
A mi entender en esta caracterización del modo de desarrollo informacional se dan por supuestas dos características que de ningún modo van de suyo. En primer lugar, se tiende a asimilar de manera un tanto acrítica el modo informacional, que en buena medida debe su tipificación a la enorme cantidad de información circulante más que a la calidad de la misma, con un uso inteligente –en el sentido referido tanto por Castells como por Bell- de esta información (cuestión que no habré de abordar aquí). En segundo lugar, la evidencia histórica nos muestra que el modo de producción capitalista nace y se desarrolla bajo el sino del empleo sistemático del conocimiento, tanto del codificado como del tácito (este último olvidado por nuestros autores y sin embargo clave para el éxito o fracaso de cualquier innovación, difusión y aplicación tecnológica[xxiii]), con independencia, a los propósitos de la presente reflexión, de que este empleo haya ido intensificándose conforme se desarrollaba el propio modo de producción. Circunstancia que pese a ser de singular importancia cualitativa para determinar las diferentes etapas de desarrollo del modo de producción capitalista, no me será posible abordar aquí en detalle.
Los historiadores suelen atribuir a un grupo de factores el papel protagónico y la responsabilidad de haber sido los desencadenantes de las sucesivas revoluciones tecnológicas. De allí en adelante estos factores caracterizarán y por así decir definirán en la posterior historiografía ese episodio en particular, más allá de que un examen pormenorizado muestre que en definitiva se trata de un conjunto de factores interactuantes donde raramente nos es posible visualizar prioridades o jerarquías y sí, en cambio, umbrales, condiciones favorables, combinaciones, recombinaciones y retroalimentaciones que terminan por generar un proceso peculiar y no explicable por cada uno de los factores considerados individualmente.
Así, se sigue mencionando a la máquina de vapor como característica de la primera revolución industrial; a la producción y manejo de la electricidad, al desarrollo de la química y al refinamiento de las técnicas de control social, ente otros, como constitutivas de la segunda revolución industrial. Y, finalmente, y de acuerdo a Castells en sintonía con lo propuesto por Bell, al modelo informacional como factor excluyente de esta tercera revolución que estamos viviendo, caracterizada por el uso codificado del conocimiento como elemento cardinal, más allá de los materiales, mercancías o fuentes energéticas –soportes en definitiva- a través de los cuales ese conocimiento se manifiesta y expresa.
No obstante, en cada uno de estos procesos revolucionarios se percibe que el uso más o menos intensivo de conocimiento (sistematicidad en la búsqueda, clasificación y archivo de la información recolectada, organización racional de las investigaciones, protección de la misma, experimentación controlada, retroalimentación planificada, búsqueda de la utilidad, fidelidad a lo que vagamente se entiende por “método científico”) constituye una variable de indudable peso, quizá la de mayor peso relativo en el conjunto de factores incidentes. Incluso durante la primera de las revoluciones industriales, cuando ese instituto que ahora denominamos espacio de investigación y desarrollo era una ilusión o se encontraba apenas esbozado o en ciernes en las diversas sociedades que brindaban su apoyo a la investigación científica, los diversos inventores, adaptadores y modificadores de la implementación del vapor en tanto dispositivo energético para la mejora de las industrias textiles, mineras o del transporte, no eran ningunos advenedizos ni trabajaban desconectados entre sí. Precisamente, la pertenencia a sociedades diversas que fomentaban el desarrollo de la ciencia con fines prácticos (acaso The Royal Society como la más emblemática) era una realidad y una aspiración no sólo de científicos o tecnólogos. Tampoco fueron unos advenedizos ni movía el puro afán intelectual a quienes desarrollaron la termodinámica para tratar de acompañar desde la teoría los requerimientos de esa novedosa y revolucionaria técnica industrial.
Otro tanto puede decirse de lo acaecido durante la segunda mitad del siglo 19. Baste simplemente con nombrar los ejemplos paradigmáticos de Edison y su “fábrica” de inventos y lo que, al otro lado del Atlántico, significó la creación de un laboratorio tecnológico, adosado a la planta industrial, que lanzó a la Bayer al liderazgo de la industria química a través de la producción en serie de colorantes artificiales. Y este es quizá el logro más destacado que acompañó –en diversos grados- a las sucesivas revoluciones: la fábrica de inventar, aún más que el invento en sí mismo. Es incluso durante este período, riquísmo en desarrollos científico-tecnológicos, cuando comienza a gestarse y se sientan las bases materiales de lo que nos permite hoy hablar de sociedad de la información[xxiv]. Para concluir, simplemente recordar las discusiones y los cambios cualitativos (por ej.: ciencia básica vs. ciencia orientada a la resolución de problemas y a la “profundización del estado de bienestar”) que trajo consigo la competencia desatada por la guerra fría a mediados del siglo 20.
Estimo que estos ejemplos bastan para poner entre paréntesis las tajantes afirmaciones que, aunque con matices y diferencias entre ambos, sostienen tanto Castells como Bell en lo que refiere a atribuir a la información y a la utilización de conocimiento codificado el rasgo de valor distintivo respecto a etapas anteriores del modo de producción capitalista. No obstante, no podemos soslayar que el modo informacional introduce en efecto cambios sustantivos en el ámbito de la producción de bienes y servicios, al punto que se ha introducido en el discurso la emergencia de un nuevo modelo económico; punto que, esquemáticamente, habré de examinar a continuación.


6 – la economía del modo de desarrollo informacional
Aunque no resulte siquiera posible plantear una discusión que trate adecuadamente las condiciones y factores que caracterizan a esta fase del desarrollo capitalista, es no obstante importante intentar aquí un análisis de lo que el denominado modo informacional puede procurar para la generación de una “nueva economía” que, en opinión de Castells, es inherente a su implantación y difusión.
Lo que ha evidenciado el desarrollo del modo de producción capitalista a través de sus distintas fases o revoluciones (en tanto puntos de inflexión, identificables en el contexto de un proceso ininterrumpido) es que los cambios tecnológicos son resultado y a la vez causa de transformaciones sociales, políticas y culturales de enorme repercusión y difusión. Tanto el mundo del trabajo y la organización empresarial, como las propias instituciones productoras de conocimiento científico-tecnológico han sido espacios particularmente sensibles a este tipo de impactos.
Acaso uno de los más notorios sea la paulatina sustitución del artesano, poseedor de la totalidad o de buena parte de la información requerida -saber cómo- para fabricar un producto, iniciado durante la fase de consolidación de la primera de las revoluciones, por los procesos industriales de producción masiva y en serie en grandes factorías, mediante la división racionalizada de las múltiples operaciones –elementales, independientes pero sistematizadas al detalle- en las que se fragmenta el proceso, lo cual, por añadidura limita considerablemente la cantidad de información en posesión de cada operario. El saber cómo y por ende la cualificación técnica queda de este modo en manos de una reducida plana gerencial, con lo cual se asegura al menos dos beneficios simultáneos: por un lado se dispone de una ingente y mucho más amplia fuerza de trabajo que consta de operarios disciplinados pero no necesitados de experiencia ni cualificación específica, y por otro se protege el valor comercial del conocimiento invertido en el proceso, dado que resulta para el operario virtualmente imposible apropiarse de él. Esta fase alcanza su sofisticación con los diferentes modelos de racionalización fabril que tienen tanto al fordismo como al taylorismo por paradigmáticos de la segunda revolución industrial.
No obstante, las diferentes formas con las que se ha ido rompiendo con estos modelos de posesión de información rígidamente jerarquizados, desde la segunda mitad del siglo 20 hasta la fecha (círculos de calidad, “toyotismo”, modelo “benetton” y toda su gama de variantes), y se los ha ido sustituyendo gradualmente –en las ramas de actividad más dinámicas- por modelos más flexibles que de diferente manera se aplican a la cadena de producción, revelan a las claras que la circulación de la información ha sido decisiva para generar mejoras en los propios procesos de producción, a menudo estancados o poco competitivos a raíz de un uso extremadamente rígido de las cadenas comunicacionales.
El propio proceso capitalista tiende a la concentración de la propiedad y ya no es difícil observar como son relativamente pocas las corporaciones que se dividen el liderazgo de los mercados por rama de actividad. La mega empresa resulta un organismo complejo debido al aumento del número de agentes (externos, internos, directos, indirectos, pre y posventa, etc.) involucrados en el proceso de producción concebido como una totalidad. Es esta complejidad la que vuelve ineludible, por estratégica, una adecuada trasmisión de la información a todos los niveles; esto es, ya no sólo hacia fuera –las típicas relaciones públicas-, sino incluso al interior de las organizaciones.
Desde luego, debemos ser conscientes de que ya se está muy lejos de aquel artesano dueño de toda la información, pero también se está muy lejos de esa plantilla gerencial o de ese emprendedor schumpeteriano que por sí solo innovaba, tomaba a su cargo del proceso y, además, manejaba exitosamente los procesos de producción y distribución de mercaderías.
No es de extrañar que dadas estas características, inherentes a la actual megaempresa, sólo mediante un salto cualitativo a partir de la aplicación del denominado modo informacional es posible potenciar al máximo sus aptitudes. La introducción de la información codificada se convierte así en el requisito para la viabilidad y la competitividad rentable. Quizá, ni más ni menos, estemos presenciando lo mismo que ocurrió durante la primera revolución industrial, cuando la máquina a vapor vino a proporcionar la potencia energética que la propia expansión del consumo como consecuencia de la expansión de los mercados exigía; consecuencia, a su vez, de las expansiones colonial e imperialista.
Dice Castells: “Las nuevas tecnologías de la información, al transformar los procesos de procesamiento de información, actúan en todos los dominios de la actividad humana y hacen posible establecer conexiones infinitas entre diferentes dominios, así como entre los elementos y agentes de tales actividades. Surge una economía interconectada y profundamente interdependiente que cada vez es más capaz de aplicar su progreso en tecnología, conocimiento y gestión a la tecnología, el conocimiento y la gestión mismos. Este círculo virtuoso debe conducir a una productividad y eficiencia mayores, siempre que se las condiciones adecuadas para unos cambios organizativos e institucionales igualmente espectaculares[xxv].
Dos argumentos confluyen para sostener esta hipótesis: por un lado el carácter versátil de la información (incluso en su carácter de mercancía) que propicia su reutilización eficiente y relativamente accesible, a diferencia de los productos duraderos, voluminosos y sólidos que marcaron la “era industrial”; por otro el gran ejemplo confirmado, lo que Internet ha llegado a ser, más allá de los propósitos bélicos que la originaron, merced a la apropiación y resignificación que de ella han hecho en primer lugar los técnicos a quienes tocó desarrollarla y finalmente los usuarios comunes y corrientes. Incluso lo que en la actualidad se ha denominado “web 2.0” vendría a ser para quienes sostienen esta hipótesis una especie de panacea donde la libre intervención del usuario es la tónica y las páginas wiki su realización concreta: una gran red de nodos interactuantes y carente de centro o referencia jerárquica alguna.
Estas razones señalan a las claras que las afirmaciones de quienes ven en el modo informacional un punto de inflexión, tal vez incluso capaz de propiciar un nuevo modelo económico, son correctas, pero sin duda el análisis exige que se contextualice su repercusión, puesto que el accionar de la información es, pese a su enorme valor estratégico, apenas una de las condiciones en un conjunto de variables. Vale decir: acaso condición necesaria, pero dudo que suficiente en sí misma.

7 – de qué hablamos cuando hablamos de revolución
Hasta qué punto esto constituye o constituirá una revolución con las características que anuncia –entre otros- Castells es todavía una incógnita.
En primer lugar porque, como se ha señalado más arriba, todo parecería indicar que los grandes beneficiarios de este “modo informacional” son las corporaciones transnacionales que pueden manejar de manera eficiente la complejidad que inevitablemente supone la concentración de la propiedad de los medios de producción de una empresa extendida a lo largo y ancho del planeta que incluso pretende, como contraparte de la globalización uniformizadora, atender como estrategia publicitaria a las particularidades típicas de cada región.
En segundo lugar, porque el acceso, tanto a las tecnologías de la información como a la propia información, piedra de toque de esta hipótesis o aspiración, sigue siendo muy restrictiva para la gran mayoría de los habitantes del planeta, reproduciéndose –y agravándose incluso- los mismos impedimentos que se verifican desde el “modelo industrial” para el acceso y el disfrute del resto de los bienes y servicios “pre-informacionales”. En efecto, las nuevas circunstancias pautan que son necesarias e imprescindibles condiciones propicias no sólo para la compra del dispositivo, como lo es el disponer del dinero suficiente, sino también para la tenencia del mismo, lo que incluye desde un lugar conveniente donde depositar y manejar el aparato hasta la disposición de energía, ancho de banda y conectividad accesible. Pero aún más, los aportes o ayudas que eventualmente puedan contribuir a solucionar estos problemas tendrían escaso eco si el individuo -quizá porque lo apremian otras urgencias- no puede desarrollarse y desempeñarse en un contexto social que considere relevante o legítima a esta forma de interacción social, así sea desde un punto de vista laboral, educativo, de entretenimiento, etc.[xxvi]
Por ello, resulta al menos preocupante y digno de examen el hecho de que rápidamente se atribuya a la alfabetización digital un poder casi decisivo a la hora de proponer un desarrollo social y humano sustentable, suponiendo sin más que el hecho de poseer o saberse manejar frente a una computadora (lo cual indudablemente solucionaría en parte los problemas de acceso señalados más arriba) franquea el paso a una nueva era; al punto que debe hacernos reflexionar la insistencia con la que se publicita y se tiene en tan alta estima el hecho de formar parte, o no, de la nueva era de la información.
¿Qué intereses mueven a los que con tanto afán trazan una línea divisoria –al parecer decisiva- que señala un afuera y un adentro de la era digital?
Dice Laclau: “El carácter esencialmente preformativo de la nominación es la precondición para toda hegemonía y toda política”. [xxvii]
Véase, sino, a modo de ejemplo, uno de los tantos, una muestra de un discurso claramente ideologizado en torno a la sociedad de la información, a tal extremo que, o bien combina, a mi juicio creando confusión, la realidad con el deseo, o bien descontextualiza cuál es –y sigue siendo a pesar del discurso y del deseo- el fundamento material para la producción de mercaderías:
“Las actividades principales en la creación de riqueza no serán ni la asignación de capital para usos productivos, ni , los dos polos de la teoría económica en los siglos XIX y XX (...); ahora el valor se crea mediante la y la , ambas aplicaciones del saber al trabajo. Los grupos sociales dirigentes de la sociedad del saber serán los , ejecutivos del saber que saben cómo aplicar el saber a su uso productivo, al igual que los capitalistas sabían aplicar el saber a un uso productivo.”[xxviii]
No es ajeno a este movimiento mi país, Uruguay, donde se ha iniciado en 2007 con grandes auspicios y esperanzas un programa de educación (¿informacional?), denominado “Plan Ceibal”, que irá distribuyendo una computadora a cada niño y adolescente en edad escolar y liceal a lo largo de pocos años. La idea se debe a Nicholas Negroponte, uno de los artífices del proyecto denominado “One laptop per child” y principalísimo impulsor de la “era digital” en tanto nominación preformativa, y propende a una alfabetización precisamente con acento en lo digital, sustentada en la idea –basada en algunos resultados auspiciosos de acuerdo a los propios datos que proporciona Negroponte basados en experiencias realizadas en ciudades estadounidenses, favelas brasileñas y zonas pauperizadas del África subsahariana- de que durante la niñez, aún en zonas de contexto socioeconómico muy desfavorable, es posible un rápido aprendizaje digital, esto es, una rápida introducción al “modo informacional” con vistas, esto es clave, a la conformación de una eventual “sociedad del conocimiento”.[xxix]
Desde luego, es toda una incógnita qué habrá de suceder con estos niños que son introducidos en el manejo de las tecnologías de la información y cuáles los resultados que cabe esperar para el mediano o el largo plazo. Puede que sean positivos y hasta sorprendentes, aunque restaría definir qué entendemos por tales. Y éste, estimo, es un punto nada menor, puesto que implica, básicamente, qué entendemos por educación y sobre todo para qué educar, en este caso digitalmente, mientras, simultáneamente, esos mismos niños de sectores carenciados siguen careciendo de lo elemental, como ser, y sólo a título de un ejemplo frecuente, un vidrio en el aula que durante el invierno los proteja del frío o un baño en condiciones mínimas y dignas de higiene. Por lo cual tal vez resulte gráfico tratar de imaginar a ese niño africano, introducido abruptamente en la era digital, caminando con una laptop a cuestas mientras pastorea cabras por el corazón desertificado de un continente acribillado por intereses criminales. ¿Será posible salirse tanto de su contexto vital como para situarlo sin más ni más en pleno modo informacional? [xxx]
Considero, por tanto, que no podemos dejar de preguntarnos sobre el carácter preformativo que la denominación “ser digital” conlleva y hasta qué punto este carácter preformativo ha generado efectos de realidad al extremo de que se toma por deseable lo que, en el mejor de los casos, es apenas una expresión de deseos de desarrollo humano y social. Aunque, ¿desarrollo hacia dónde y para qué?, dado que los discursos suelen explicitarlo muy poco y el tema se ha manejado con un carácter más propio del marketing que el que corresponde a resoluciones políticas de tal envergadura. ¿Basta con manejar eficientemente las tecnologías de la información para generar desarrollo e impulsar la “sociedad del conocimiento”? ¿Lo puramente operativo sustituirá a lo cualitativo en vistas a una adecuación funcional demandada por la nueva economía?
En efecto, si la realidad indica que, así como la primera revolución industrial requería de una mayoría de ciudadanos con brazos disciplinados más que cualificados para integrarse a la línea de producción, lo cual demandó una alfabetización básica, universal y obligatoria –proceso que en nuestra región se verificó en la segunda mitad del siglo 19-, ¿los requerimientos laborales de hoy no estarán señalando otros rumbos no menos funcionales a los nuevos modos de organización laboral y productiva?
Pero de no ser así, ¿cómo serán integrados contenidos programáticos que busquen trascender la mera utilización eficiente del dispositivo tecnológico y de acuerdo a qué plan? ¿Existe tal plan o sólo un marco ideológico muy general, legado de la ideología moderna, que fundamenta buena parte de su poder ilustrador en una escolarización capaz de por sí de provocar individuos críticos y autónomos a despecho de las condiciones sociales, culturales y económicas en que ese individuo ha comenzado su proceso de socialización y que por cierto le preexisten?[xxxi]
En resumen, estimo que es necesario al menos preguntarse –cuando se está acaso en los albores de una nueva era: ¿Ser digital es un valor en sí mismo? ¿El “modo informacional es valioso y para qué? ¿Cuál es el modelo de sociedad que se tiene en mente cuando se diseña un plan de alfabetización digital que por fuerza desplazará por obsoleto al precedente sin que se intente transformar paralelamente las estructuras sociales que lo prohijaron? A mi juicio es mayor el entusiasmo por implantar, a como dé lugar, la era digital, que impulsarla con igual entusiasmo sin olvidar preguntarse para qué, e instituir esta cuestión en un problema y un debate político, explícitamente planteado como tal.








Referencias
[i] Lyman, P. y Varian, H.: How much information? 2003, en

[ii] Citado por: Miró, Pablo en La economía de la información en un contexto neoinstitucional, en www.eumed.net

[iii] Lippmann, Walter: Public opinion, Mc Millan, NYC, 1960 (1922), en www.compilerpress.atfreeweb.com


[iv] Verón, Eliseo: Construir el acontecimiento, Gedisa, Bs. As. 1987

[v] La Nación. Edición digital del 2 de marzo de 2005, www.lanacion.com.ar

[vi] Wolton, Dominique en Salvemos la comunicación, Gedisa, Barcelona 2006 (2005) p. 9, expresa desde la opulenta ribera izquierda del Sena: “En menos de cien años fueron inventados, y democratizados, el teléfono, la radio, la prensa para el público en general, el cine, la televisión, el ordenador, las redes, lo que modificó definitivamente las condiciones de los intercambios y las relaciones, redujo las distancias y permitió concretar la ansiada aldea global. La palabra escrita, el sonido, la imagen y los datos hoy están omnipresentes y dan la vuelta al mundo en menos de un segundo. Todos, o casi todos, vemos y sabemos todo acerca del mundo. Ello constituye una ruptura considerable en la historia de la humanidad, cuyas consecuencias aún no hemos llegado a calibrar”. Desde otros lugares geográficos, sin embargo, la percepción de cómo se difunden las TIC y su penetración en el tejido social varía considerablemente. No alcanza a afectar del mismo modo a los parisinos que a los sudaneses o a los desplazados de la “nueva economía” que se amontonan en los “cinturones de herrumbre” de las ciudades de Latinoamérica; y esta brecha genera desigualdades que no son sólo de grado sino que cuestionan el uso mismo del concepto “democratización” en lo que respecta, al menos, al acceso a las TIC. Véase un estudio que refleja los distintos modos en que se difunden las TIC en diferentes partes del mundo, y como esta difusión desigual ahonda brechas y estira distancias, tanto en lo que refiere a la posesión de radios y televisores como el acceso a internet. En Hacia las sociedades del conocimiento. Ed. UNESCO, en www.unesco.org/es/worldreport.

[vii] Ver Castells y otros: Comunicación móvil y sociedad, una perspectiva global. En www.eumed.net.

[viii] Bell, Daniel: “La telecomunicación y el cambio social” en Sociología de la comunicación de masas, Vol. IV. M. de Moragas (ed.). Ed. G. Gili, Barcelona 1985. pp. 43-44

[ix] Bell, Daniel: Ob. Cit. (pp. 44-45)

[x] Bell, Daniel: Las contradicciones culturales del capitalismo, Ed. Alianza, Madrid 1977.

[xi] Véase las estadísticas que a tales efectos elaboran organismos internacionales como la OIT, OCDE, CEPAL, etc.

[xii] Coriat, Benjamín: El taller y el robot. Ed. Siglo XXI, México 1996 (1990). p. 184

[xiii] Castells, Manuel: “Internet y la Sociedad Red” en La Factoría, feb.-set. 2001 Nº 14-15, www.lafactoríaweb.com.

[xiv] Castells, Manuel: “Internet y la Sociedad Red”, ob. cit.

[xv] ¿Por qué revolución industrial, por qué en ese momento y por qué en Gran Bretaña? Preguntas que se formula Joel Mokyr –y pueden servir de modelo de investigación en el presente- a propósito de la dificultad para establecer relaciones causales precisas entre las condiciones políticas, culturales y socio-económicas y aquellos factores “indispensables” desencadenantes de la primera revolución industrial en Gran Bretaña: “La Revolución Industrial y la Nueva Historia Económica” en Revista de Historia Económica, Año V, Nos. 2 y 3, 1987.

[xvi] Véase de D. Edgerton: “De la innovación al uso: diez tesis eclécticas sobre la historiografía de las técnicas”, en Quaderns d’Historia de l’Engynieria, vol. VI, 2004, en www.upcommons. upc.edu/revistes

[xvii] A propósito de lo cual dicen Arocena y Sutz en su libro Subdesarrollo e innovación, Cambridge University Press, Madrid 2003: “...el tejido social innovativo –el conjunto de los actores colectivos involucrados y sus interacciones- ha de ser bastante denso, y el contexto general propicio a cierto tipo de cambios, para que se arribe al estado de capilarización tecnológica. (...) Hace falta, por ejemplo, contar con técnicos competentes, lo que a su vez demanda un esfuerzo importante de investigación propia y ámbito donde se pueda aprender, a través de la práctica, a resolver problemas; deben existir empresas para las cuales la innovación constituya una herramienta imprescindible para la preservación y ampliación de sus mercados (...) Cuando requisitos semejantes están ausentes, las nuevas posibilidades quedan al alcance sólo de los actores de mayores recursos y/o de aquellos cuyas demandas pueden ser atendidas por la oferta estandarizada; en tal caso, la ‘capilarización tecnológica’ no llega a los agentes productivos o usuarios más pequeños, más débiles desde el punto de vista técnico o financiero (...) En tales circunstancias, el proceso de difusión se trunca”. p. 26

[xviii] “El 50% de los hogares uruguayos tienen una computadora y más de 1.100.000 personas utilizan Internet [sobre una población aprox. de 3.200.00, nda.], según un estudio divulgado por la consultora Radar. El informe titulado ‘El perfil del internauta uruguayo’ revela que el 82% de los menores de 20 años navega en Internet y sólo el 9% en el caso de los mayores de 65 años. El promedio de edad de los internautas es de 29 años.” En www.espectador.com.uy, el 14/03/08.

[xix] Desarrollo humano en Uruguay. PNUD, Uruguay 2005.

[xx] Castells, Manuel: “Internet y la sociedad Red”, ob. cit.

[xxi] Castells, Manuel: La ciudad informacional, Alianza, Madrid 1995 (1989) p.22

[xxii] Castells, Manuel: La ciudad informacional. Ob. Cit. p.34

[xxiii] Entiendo por conocimiento tácito –siguiendo a Polanyi- aquel que nos permite manejarnos con lo que nos rodea y en condiciones de entorno determinadas sin que necesariamente seamos conscientes de ese saber en tanto saber de algo en particular. Véase también: Dasgupta, P. y David, P: “Toward a new economics of science”, Policy Research, vol. 23, 1994; pp. 487-521, en www.compilerpress.atfreeweb.com.

[xxiv] Hacia 1840 la invención del telégrafo; 1876 la invención del teléfono; 1877 el fonógrafo; 1887 telegrafía inalámbrica; 1896 se patenta la tecnología en comunicaciones inalámbricas; y sólo 50 años después, en 1946, los estadounidenses Mauchly y Ecker crean la computadora ENIAC, pesaba 30 ton. y medía 24 mts.

[xxv] Castells, Manuel: La era de la información: economía, sociedad y cultura. Vol. I: “La sociedad red”, Alianza, Madrid 1997 (1996) p.94

[xxvi] Según el último reporte del “Social Watch, informe 2007” Instituto del Tercer Mundo, Montevideo 2007; los promedios por indicador de los países en peor y mejor condición en Información, Ciencia y Tecnología arrojan las siguientes cifras respectivas: a) usuarios de Internet cada 1000 personas: 40 y 573; b) computadoras personales cada 1000 personas: 30 y 577; c) líneas telefónicas cada 1000 personas: 57 y 545; d) científicos e ingenieros en I+D cada 1.000.000 de personas: 141 y 3.952; e) gasto en I+D en % del PBI: 0,3 (gasto del Uruguay) y 2,3; y finalmente, dato sorprendente que habla a las claras del costo que supone la dependencia tecnológica f) gastos en TIC en % del PBI: 6 y 7 respectivamente.

[xxvii] Laclau, Ernesto, Prefacio al libro de Slavoj Zizek: El sublime objeto de la ideología, Siglo XXI, Bs. As. 2003.

[xxviii] Joyanes, Luis, Cibersociedad, Mc. Graw-Hill, Madrid 1997. p 152 (Nótese, de paso, cómo el final de la frase le traiciona la intención)

[xxix] Negroponte, Nicholas, El mundo digital (Being digital), Ed. B, Barcelona 1995.

[xxx] Castells formula con precisión esta cuestión cuando en la Introducción de su libro, en coautoría con Pekka Himanen, The information society and the welfare estate, Oxford University Press, 2002, expresa: “Since the new economy is often associated in expert circles around the world with liberalization and disengagement from the public sector in society, we would like to answer the following question: is the welfare estate a contributing force to the full developement of informationalism? Or, rather, we are miled by an optical illusion, as the industrial society fades away slowly with the old system still in place, and while the information society emerges, but not fully fledged, from the dynamics of entrepreneurial networks in a liberalized and privatized institutional context?” p.4

[xxxi] El consejero Héctor Florit, integrante del Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública, comenta lo siguiente a propósito del Plan Ceibal: “Los principios estratégicos que inspiran esta experiencia, son la igualdad de oportunidades en el acceso a la tecnología, la democratización del conocimiento y la potenciación de los aprendizajes en el ámbito escolar. Su objetivo no se limita a la mera dotación de equipamiento y accesibilidad, sino a garantizar la apropiación, contextualización y producción de conocimientos. Se prioriza la construcción de los saberes y el desarrollo de destrezas, con el propósito de formar ciudadanos capacitados para un uso crítico, autónomo, responsable y solidario de las tecnologías en beneficio de su propio desarrollo y el de su colectivo social”. En www.anep.edu.uy/infoeducar.

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